Son momentos extraños. Los recuerdos afloran con una rapidez increíble e, incluso, aparecen algunos que se habían quedado en el baúl del pasado. Mi padre nos ha dejado. En la Barcelona de 2020 también fallecen personas que no han sido víctimas de la pandemia. Las enfermedades siguen ahí y hacen sus estragos. Hace un mes le detectaron un cáncer a Manuel, aunque todos lo conocían por Manolo. 

Hace un mes, inició su calvario. En el Sagrat Cor encontraron el origen de sus males. Un cáncer de hígado que lo fulminó en poco tiempo. En estos momentos de angustia personal, de shock emocional, necesitas apoyo. Yo lo he tenido y quiero ponerlo en valor, sobre todo, en una sociedad que solo destaca lo negativo y, si es friki, mucho mejor. 

Los profesionales de la ambulancia que lo trasladaron al Hospital del Sagrat Cor. Los médicos y enfermeras que lo atendieron en Urgencias, el personal de planta, su doctora de cabecera, la doctora Galindo, que era como un tahúr para Manolo, y el programa PADES, que lo cuidó en su domicilio en las últimas horas. Todos ellos han creado una burbuja en mi vida y han sido un sólido apoyo moral. Por su profesionalidad, evidentemente, pero sobre todo por su amabilidad, su tacto, su forma de hacer. Gracias a todos. De corazón. Y no quiero olvidarme de los trabajadores de Mémora que en un momento de tu vida en el que vives noqueado, te ayudan a no perderte en el marasmo del papeleo y los trámites. En una sociedad cada vez más fragmentada, airada, insolidaria y tensionada, aún quedan remansos de paz. Se agradece y mucho. 

Manolo representa a toda una generación. Llegó a los 20 años de su Galicia natal a trabajar a Barcelona. Conoció a mi madre que también vino desde León a buscar un futuro. Se conocieron en Barcelona y en Barcelona vivieron más de 70 años de su vida. Manolo vivía en Sant Andreu y bajaba cada día a verla al Poble-sec. Andando. No había ni para el tranvía que unía los dos barrios. Muchas veces se le embarraban los zapatos porque lo que hoy conocemos era “todo campo”. La ciudad crecía y lo vivieron desde el Poble-sec, contemplando su mutación desde el franquismo a la democracia, de la gran transformación de los Juegos Olímpicos al bloqueo y, me atrevo a decir, la decadencia de una gran urbe como Barcelona. 

Hay una generación que nos está dejando. Dicen que es ley de vida, pero cuesta aceptarlo, aunque todos sabemos que es la cruda realidad. La crisis social, política, institucional, sanitaria y económica hacen mella en una sociedad aséptica, irascible y, seguramente, insolidaria y competitiva. Nos hace más retraídos y desconfiados. Más egoístas. La incertidumbre y la inseguridad actúan como elementos reactivos. La gente se refugia en la tribu, porque necesita elevar su percepción de pertenencia, o se refugia en sí misma y vivir de espaldas al resto. El ambiente se agría y la confrontación sube de tono. Pues en estos días de desasosiego personal, he podido comprobar que si rascas un poco, si rasgas la insensibilidad que nos rodea, he descubierto que por debajo hay gente que vale la pena, valores que no han sido extinguidos. Pero, para hacer bien su trabajo, necesitan recursos. Ellos y ellas ponen la profesionalidad. A la sociedad, a sus gobiernos off course, les toca poner los medios para que lo que vale la pena no se vaya al garete. Y hasta ahora, nos hemos empecinado en ello, recortando en aquello que es fundamental. Estamos a tiempo para revertir la tendencia. Gracias a todos. De parte de Manolo.