Hay cosas que sorprenden de la política municipal y a su vez dejan indefensos a aquellos barceloneses que, independentistas o no, defienden un modelo de ciudad y de sociedad alternativos al representado por la alcaldesa Ada Colau.

Colau ha conseguido el mayor apoyo a unos presupuestos municipales, los de 2020, de la historia democrática de Barcelona. 33 de 41 concejales lo respaldaron. También han sido aprobadas las ordenanzas fiscales del mismo ejercicio con el menor rechazo nunca visto, sólo 8 munícipes votaron en contra. Y en el Área Metropolitana de Barcelona que preside la alcaldesa acaba de ser aprobada la Cuenta General de 2019 sin apenas atisbo opositor.

Podría pensarse que este entusiasmo político de la oposición hacia la alcaldesa se deben a la crisis económica y la emergencia social derivada de la sanitaria de la COVID-19, que obliga a consensos de ciudad y a dejar de lado siglas de partido aunando esfuerzos por Barcelona. Siempre he sido partidario del diálogo y de los grandes pactos de ciudad. He participado en algunos de ellos, como los relativos a los proyectos urbanísticos vinculados al éxito de los Juegos Olímpicos de 1992, o he sido ponente en la redacción y aprobación de la Ley Especial de Barcelona: la Carta Municipal. Es obvio que en tiempos de crisis es aún más obligado el anteponer los intereses de ciudad a los partidistas, pero tan necesarios son los acuerdos como imprescindible que sean consistentes y los que precisa Barcelona.

Los presupuestos municipales fueron respaldados por las izquierdas y los independentistas, quienes actuaron más en clave del procés que pensando en Barcelona. Con relación al inédito respaldo obtenido en las Ordenanzas Fiscales, Colau ha conseguido por fin aprobarlas, tras no hacerlo desde el año 2016. Lo consigue, además, con un rechazo mínimo del consistorio y desde un hachazo fiscal de incrementos tributarios y nuevas tasas a los barceloneses que sitúan a Barcelona, aún más, líder en asfixia fiscal entre las grandes ciudades españolas.

Y todo ello mientras impone, entre otras, sus políticas de movilidad y el denominado urbanismo táctico al servicio de su sesgo ideológico, dividiendo a su gobierno e ignorando a aquella oposición que sin reciprocidad le vota presupuestos y ordenanzas fiscales. Se da la paradoja de que el socio de gobierno de la alcaldesa, el PSC, no consigue de ella la centralidad política necesaria ni le aporta la mayoría de gobierno precisa. En paralelo, la oposición le aporta la estabilidad y los votos requeridos para la aprobación de sus propuestas. Estamos ante la gestión municipal más controvertida en años y con una alcaldesa que en las elecciones obtuvo el menor respaldo jamás obtenido en las urnas por un primer edil, sólo 10 concejales. Ni tan siquiera fue la fuerza política más votada. Un escenario que puede resumirse en: menos oposición, más Colau, peor Barcelona.

El equilibrio, la sensatez, el rigor, el sentido y compromiso social o la seguridad jurídica son, entre otros, valores y principios a preservar en nuestra ciudad. Añadiría la estabilidad y respeto institucional. Mañana viernes el Rey clausurará la Bnew, la Barcelona Nex Economy Week, una buena iniciativa que promueve el Consorcio de la Zona Franca y que la alcaldesa preside aunque no gobierna. Pese a ello, y a que la Corona sigue siendo esencial en la proyección internacional de nuestra ciudad y de España, Ada Colau ha decidido ausentarse. No es una sensata apuesta institucional ni decisión acorde a los intereses de Barcelona. Sería positivo dejar de lado tanta gesticulación de la mala y centrarse en una gobernanza de la buena.