En Barcelona llevamos demasiado tiempo inmersos en debates ideológicos que han acabado imposibilitando el debate de las ideas. Barcelona se gobierna únicamente desde el debate ideológico, y el resultado es lamentable. La ciudad ha visto cómo paulatinamente los debates que una vez hicieron de ella la vanguardia de España han ido desapareciendo y han sido reemplazados por la agenda ideológica de distintos gobiernos que han sido incapaces de actuar con el sentido común que te permite aplicar el hecho de no ser un sectario que se mueve únicamente en base a consignas antiguas que carecen de sentido en la situación que vivimos.

A veces es necesario recordar que hubo un tiempo en que se percibía a Barcelona como la ciudad más europea de España, epicentro de la innovación y del impulso de la industria y el comercio. Hablamos de aquella ciudad que se erigía como estandarte de modernidad y de progreso.

A día de hoy, por más que algunos intenten vender humo con declaraciones grandilocuentes la realidad es que la capital catalana se está convirtiendo en una ciudad decadente que ha perdido todo su esplendor. Evidentemente esto no tiene una única causa. Son múltiples los motivos que nos llevan a esta situación, pero probablemente, el más importante es el hecho de que la ideología ha ganado la partida a las ideas.

Barcelona se ha visto sometida a dos corrientes nocivas para su progreso. Por un lado, ha sufrido el auge del nacionalismo catalán. Una ideología retrógrada y propia de tiempos pretéritos que nada deberían tener que ver con la realidad global y cosmopolita que se vive en el siglo XXI en todo el mundo desarrollado y que ha generado inestabilidad política, económica y jurídica con la consecuente problemática que genera a los ciudadanos de Cataluña. La atracción de talento e inversión depende de la confianza de los mercados, empresarios y emprendedores entre otros, y sin duda el procés ha dado lugar a la mayor pérdida de confianza de los sectores económicos en décadas.

Por otro lado, sufrimos la imposición de la agenda ideológica de la alcaldesa Ada Colau y de su formación, Barcelona en Comú. Una agenda que, revestida de una pátina de modernidad no hace más que esconder una ideología sectaria y antigua que ha demostrado fracasar en el mundo entero, y cuya actualización ha demostrado una y otra vez llevarnos por la senda de la pobreza a pasos agigantados. Su odio al capital y a todo lo que suene a empresa ha generado una erosión reputacional tan brutal que parece difícil redireccionar la deriva en la que nos encontramos. La forma en que se determinan las subvenciones, los criterios con los que se adoptan las decisiones importantes en la ciudad, la retórica que se emplea. Todo tiene su base en la ideología de turno. Y esa vehemencia en la pulcra defensa de una ideología determinada impide el debate que propicia los cambios de calado que la ciudad necesita. El PSC tenía y tiene la gran responsabilidad de introducir el filtro del sentido común a las pulsiones ideológicas de los aprendices de Marx, pero hasta el momento el filtro parece ser insuficiente. Y si no que le pregunten a los empresarios del sector hotelero y de la restauración que conocen de primera mano la falta de liderazgo de quienes deberían ostentarlo en su defensa.

A veces, a muchos de nosotros nos cuesta mirar más allá del entorno al que tenemos acceso en nuestro día a día, pero ejemplos de la decadencia que sufre la ciudad podemos encontrar muchísimos. En los últimos meses estamos viendo como innumerables comercios y negocios han ido cerrando sus persianas, muchos incluso antes del inicio de la pandemia que parece ser ahora la excusa para todo. Evidentemente, no podemos restarle importancia a la situación derivada del estado de alarma, pero hay que reconocer que llevamos ya muchos años con reclamaciones más que justas por parte de sectores estratégicos que el gobierno de la ciudad ha decidido no atender. Evitaré entrar en las reflexiones que podemos hacer entorno al descalabro del sector automovilístico pero aprovecharé para recordar las declaraciones tan irresponsables que hemos podido escuchar de personas que ostentan cargos de responsabilidad en nuestro gobierno. En el momento en que una teniente de alcalde se permite declaraciones en las que afirma desear que un tipo de industria no vuelva a abrir con todo lo que ello conlleva y se queda tan ancha te das cuenta que el motivo por el que es capaz de hacer semejantes declaraciones sin despeinarse es solo uno: la ideología y la concepcion que tienen de lo público y de la privado. Con la desgracia añadida de que son incapaces de mejorar la vida de las personas que más sufren en nuestra ciudad, que no son pocas.

De esta triste situación hay una única beneficiada. Madrid. La capital se ha convertido en la alternativa real a todas aquellas empresas que buscan estabilidad, un marco fiscal, económico y jurídico seguro y favorable y políticas beneficiosas para los distintos sectores productivos. En este sentido, Madrid lleva lustros no sólo desarrollando políticas para favorecer el empleo, sino también para retenerlo.

En el 2018, la Comunidad de Madrid superó por primera vez a Cataluña como comunidad con más PIB, situación que se ha mantenido hasta la actualidad según datos del Instituto Nacional de Estadística. Estos datos no hacen más que constatar la deriva de Barcelona. La deriva hacia la conversión total de ciudad capital a ciudad provinciana

Por ello, es necesario e imprescindible que Barcelona deje atrás las guerras ideológicas y vuelva a centrarse en el debate de ideas. Ideas para mejorar la situación de los comercios de la ciudad. Ideas para atraer inversión extranjera. Ideas para mantener las diferentes industrias que producen en la región. Ideas para que Barcelona se reivindique como uno de los grandes “hubs” tecnológicos de Europa. Ideas para volver a ser una ciudad moderna, innovadora y cosmopolita.

Soy consciente de que parece imposible viendo la clase política que tenemos, pero algunos seguimos siendo optimistas por naturaleza. Debemos abandonar la ideología como trinchera y abrazar las ideas. Solo así saldremos de esta.