De contrarevolucionarios está el mundo lleno, sobre todo, están en las mentes pensantes que dejan la tolerancia en el rincón. En esos, que consideran que toda crítica es un intento de derribar una “revolución”. Son los que no escuchan, los que se sienten impregnados de razón. Son los que señalan como quintacolumnistas a todo aquel que osa alzar la voz para criticarlos. Son los que blanquean la realidad y ponen en marcha esta máxima “si la teoría no concuerda con la realidad, peor para la realidad”. Son los que hacen del sectarismo una forma de ser, los que se sienten señalados para transformar la sociedad, pero sin contar con la sociedad. El que discrepa es enemigo, y si la discrepancia viene de dentro es un traidor, aunque siempre se puede recurrir a una definición que ha sido tradición en la izquierda: los contrarrevolucionarios.

Contrarrevolucionario es aquel que desde posiciones de izquierda osa criticar a la izquierda. Osa criticar, más concretamente, a la dirección. Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, Karl Kautsky, Andreu Nin, los marineros de la Rebelión de Kronstadt, León Trosky, los campesinos anarquistas de la Rebelión de Tambov, el general Mijail Tujachevski -máximo exponente de las purgas de Stalin-, el líder anarquista Bakunin, Ferdinand Lassalle…….fueron conocidos contrarevolucionarios. Señalados por actividades fraccionarias.

En la Guerra Civil los quintacolumnistas no eran los falangistas infiltrados, que también, sino aquellos que osaban levantar la voz. Hasta Joan Comorera, secretario general del PSUC fue tachado de contrarrevolucionario y expulsado del partido. O que son para Podemos personas como Manuela Carmena, Iñigo Errejón o Carolina Bescansa. O como calificamos que Gala Pin despareciera de las listas de la noche a la mañana, o la bronca monumental con Teresa Rodríguez en Andalucía o la exclusión de los anticapitalistas.

La sociedad ha cambiado, la política ha cambiado, pero los contrarrevolucionarios siguen ahí. Ahora se visten de derechistas o ultraderechistas ocupando la dirección de medios de comunicación. Desde ahí, desde sus púlpitos, orquestan campañas para deteriorar la imagen de la “revolución” que los comunes y su líder, Ada Colau, han puesto en marcha en Barcelona. Todos los que critican se ponen en el mismo saco. Son los contrarrevolucionarios, los quintacolumnistas que atacan con saña y de forma denodada a quién se autoerige en el faro de la revolución barcelonesa. Esta es la tesis con la que nos ha obsequiado nuestra alcaldesa.

Crónica Global y Metrópoli Abierta han sido señalados. Se señala al periodismo de calidad porque simplemente pone en evidencia errores de gestión, falta de diálogo o amiguismo. Y como todo el mundo sabe, esto solo lo hace la derecha y la extrema derecha. Es la manera de la alcaldesa para repudiar al díscolo, al que no le baila el agua al son de las subvenciones. Es la manera de señalar al que discrepa agitando las emociones de los suyos. Lo que sin duda no agita son las razones.

Es una pena que la alcaldesa no escuche. Porque escuchar siempre es inteligente. Ayuda a rectificar. La verdad no existe. Todos tenemos nuestra verdad, nuestra opinión. Esto se llama libertad, y coartarla con el peregrino argumento de que somos una especie de antro donde se cocinan las recetas de Santiago Abascal denota una enfermiza manera de ver la política. Denunciar enchufismo, subvencionismo profesional, errores en la acción política -esos que no se responden para no dar alas a los contrarrevolucionarios-, pifias de “l’alçada d’un campanar”, o simplemente críticas no es ser de extrema derecha, ni estar orquestando el acoso y derribo de un gobierno municipal. Es hacer periodismo señora alcaldesa. Y el periodismo, aunque no le guste, es crítico. Con estos medios de comunicación no cuente en su cohorte de aduladores. Ante el repudio, el insulto y la descalificación, ante el sanbenito de derecha o extrema derecha que nos ha colgado, solo una respuesta: más periodismo.