Barcelona rememora hoy los Juegos Olímpicos de 1992, la gran cita que marca un punto de inflexión en la historia de la capital catalana. Sede de dos exposiciones universales, en 1888 y 1929, la ciudad inició su gran transformación con la organización del mayor evento deportivo. Durante dos semanas, Barcelona superó con nota su examen más exigente y, 25 años después, todavía presume de su gran obra. Dirigentes, deportistas, voluntarios y ciudadanos hicieron realidad el gran sueño de una urbe hasta entonces acomplejada que hoy afronta nuevos retos y no menos problemas.

Mucho han cambiado Barcelona y el mundo desde el 92. Entonces, el uso de los teléfonos móviles era incipiente y todavía no existía internet, calificado como una “moda pasajera” por algún periodista deportivo de referencia. Obviamente, nadie podía imaginarse entonces que whatsapp y las redes sociales condicionarían nuestras vidas. Hace 25 años, los cuerpos policiales tuvieron que multiplicarse para silenciar a ETA, las banderas españolas y catalanas convivían sin tensiones en Montjuïc y en el Camp Nou, y nadie podía imaginarse que Jordi Pujol, entonces presidente de la Generalitat, ocultaba una fortuna que avergonzaría a sus fieles e indignaría a todos los catalanes.

Pujol, curiosamente, encaró los Juegos con dudas, receloso del gran protagonismo que tendría Pasqual Maragall, la otra gran figura de la política catalana en los años 90. Ambicioso, imaginativo y perseverante a partes iguales, el exalcalde lideró la perfecta fusión entre la ilusión colectiva y las exigencias del movimiento olímpico. Hoy no podrá celebrar las Bodas de Plata como se merece, pero su legado es venerado por todos. Más anónima pero tan efectiva fue la gestión de Josep Miquel Abad, presidente del COOB (Comité Olímpico Organizador Barcelona)

El 25 de julio de 1992, los barceloneses vivieron la ceremonia de inauguración con expectación, entusiasmo y muchas dosis de nerviosismo. Las tensiones sólo se relajaron cuando el arquero Antonio Rebollo encendió (con ayuda) el pebetero del Estadi Olímpic. El fatalismo intrínseco de muchos barceloneses se transformó en frenesí y la euforia colectiva se disparó con las primeras medallas. Hasta 22, una cifra que nadie podía imaginar, sumó el equipo español gracias al plan ADO. Hasta entonces, los éxitos eran ocasionales e individuales. Posteriormente, España es una potencia mundial y deportistas como Rafa Nadal, Pau Gasol y Fernando Alonso tienen una dimensión global impensable hace un cuarto de siglo.

Los de Barcelona, sin un héroe inesperado como Jesse Owen (Berlín, 1936) o Nadia Comaneci (Montreal, 1976), tal vez no han sido los mejores Juegos de la historia, pero el mundo quedó fascinado por la imaginación y la precisión de la capital catalana. Las imágenes bucólicas de los saltos de trampolín en la Piscina de Montjuïc y el enorme impacto que tuvo el Dream Team también van asociadas con la historia más emotiva de Barcelona.