Los repartidores a domicilio en bicicleta son un peligro. Para los peatones y para sí mismos. El otro día murió un rider de Glovo -rider suena mejor que piltrafa o pringao-, atropellado por un camión de la basura. Un nepalí sin papeles que se había puesto de acuerdo con un pringao con papeles para hacer parte de sus horas y repartirse las ganancias, que son fabulosas: tres euros por pedido. A esos precios, el rider medio debe echarle al trabajo más horas que las cucarachas de las cafeteras de ciertos bares. Y acumular encargos a base de ir por la ciudad a toda pastilla, con el consiguiente riesgo de llevarse a alguien por delante o de que se lo lleven a él, como así ha sido en el caso del infortunado nepalí.

La cosa apesta a explotación a kilómetros de distancia, pero nadie lo diría viendo la pinta de uno de los fundadores de Glovo, Oscar Pierre, un muchachote sonriente, en camiseta y con barba de hípster, otro Mark Zuckerberg. Los nuevos explotadores ya no lucen chistera y puro, como los capitalistas de los cuadros de Grosz -perla social y artística de la república de Weimar-, pero éstos, por lo menos, no engañaban a nadie y siempre sabías a qué atenerte con ellos: habían venido al mundo a asfixiar a la plebe y tú lo tomabas o lo dejabas.

Los alegres muchachos en camiseta son exactamente iguales a los canallas que dibujaba Grosz, pero disimulan y envuelven en palabrería new age sus intenciones, que son las de toda la vida: enriquecerse a base de pagar lo menos posible a sus trabajadores. Por lo que oigo, cada vez hay más trabajos infectos en los que te venden la moto de que formas parte de un sueño colectivo o de una gran familia, pero el sueño solo es del jefe y en la familia solo come el padre mientras los demás miembros se mueren de hambre.

Para quedar bien, Glovo ha dicho que corre con los gastos del entierro del nepalí y que se le tratará muerto como no se le trató vivo. Para demostrar que se preocupan por sus esclavos, la empresa nos informa de que bajó el número máximo de horas trabajadas de 24 a 13. ¿Una muestra de humanidad? No exactamente. Tan solo la evidencia de que hasta el mayor explotador mundial sabe que nadie puede trabajar 24 horas seguidas sin dormir o sin reventar. ¿Qué nos cuelan ilegales? Miraremos hacia otro lado hasta que pase una desgracia, y entonces pondremos cara de compungidos y diremos que arreglaremos las cosas. Por lo menos, hasta que la diñe el próximo pringao que no ha entendido lo del sueño colectivo y la gran familia.