En Barcelona las tormentas huelen siempre a despedida. Aquellos que tenemos una patita en el norte de lluvia fina disfrutamos escuchando golpear las gotas contra nuestros ventanales. Admito que soy afortunado, en esta etapa de mi vida, disfruto de unas vistas relajantes y silenciosas a un patio interior de manzana de l'Eixample. Lujos como levantar la mirada para ver caer el agua con fuerza mientras escribo estas líneas. Pequeños placeres de la vida.

La lluvia en Barcelona, a diferencia del norte, acostumbre a ser fuerte e intensa. Dura poco, pero descarga, a veces, incluso con violencia. La lluvia podríamos decir que es una gama en blanco o negro en nuestra ciudad, realmente en todo el Mediterráneo. No es esa constante y fina sensación que te empapa sin darte cuenta. Ese gradiente de grises. Aquí somos más de las cosas claras, de mojarnos o quedarnos secos. Las indiferencias no van con nosotros.

Barcelona, como su clima, siempre ha sido así. O blanco o negro, o mojado o seco. Las tonterías del tiempo, las vicisitudes de la sociedad no han sido nunca de las ambigüedades, del poco a poco o del lentamente. Tampoco de las segundas partes aburridas o monótonas. No somos en vano la ciudad que ha domesticado a la feudal Cataluña. Ese pueblo ancestral y antiguo, regido por tradiciones tan viejas como las tonterías. Excusas de pueblos no civilizados, donde la inteligencia ha quedado arrinconada en muchas esquinas.

Por eso, cuando un tipo de lluvia fina quiere descargar en la ciudad algunos nos preocupamos. Sabemos que aquí o llueve o no llueve, pero no podemos entender a aquellos que quieren implantar un sistema lento. Un sistema donde uno no puede refugiarse y siempre acaba empapado. En nuestras tormentas el refugio siempre es una opción para no mojarte.

Ese sistema de otras tierras para empapar una ciudad, un día, llena de vida y alegría. Ada Colau es ese frente atlántico escaso de ideas, de agua, que quiere convertir la ciudad es una oscura capital del norte. Ya saben donde siempre hay fina lluvia, vida monacal y señores de capa larga y larga mano. No es la Barcelona que queremos. Algunos disfrutamos con la Barcelona tormentosa. Aunque sea la forma elegante de oler a despedida. Uno se puede despedir de las cosas, pero siempre tendrá en mente disfrutar de la Barcelona de las tormentas.