Era de esperar: cuando los dirigentes políticos repiten una y otra vez, en público y en privado, que las leyes son injustas pero no hace falta cambiarlas porque basta con no respetarlas, la idea se extiende y la población acaba por asumirlo. ¿Por qué no? De hecho, es más fácil y ventajoso ignorar las normas y hacerlas a medida de uno mismo que adaptarse. Individualmente, claro. Desde una perspectiva global, que el personal se pase las leyes por el forro es un desastre y, por lo general, acaba mal.

Los últimos que han decidido hacer un llamamiento a la “desobediencia civil” han sido los propietarios de coches contaminantes, que el pasado fin de semana se manifestaron cortando el centro de Barcelona. Podrían haber pedido (algunos razonablemente lo hacen) que se estableciera un control sobre los vehículos, de forma que se autorizara a circular a los que, bien cuidados, no contaminan y se les prohibiera a los demás (al margen de la fecha de la matrícula). Pues no: se exigía amnistía para todos. Se mezclan churras con merinas y así se pierde la fuerza que pudiera tener una buena argumentación.

Por ejemplo: algunos aducen que son coches de colección y que salen muy pocos días al año. Algo ya previsto en la normativa. Los coches sin la etiqueta pueden circular hasta diez días al año y más, si piden la autorización correspondiente. Alguno de los concentrados mezcló el coche de colección con su uso para el trabajo. No cuela. Si uno tiene un cacharro muy antiguo es muy improbable que lo emplee para ir a trabajar y menos para hacer repartos, aunque sólo sea porque esos vehículos tienen un consumo muy por encima de la media actual.

Para colmar el vaso de los despropósitos, los manifestantes anunciaron que practicarán la desobediencia civil y que si se les multa acudirán al Síndic de Greuges. Más vale que envíen los escritos con un lazo amarillo, porque a Rafael Ribó no le interesan otros asuntos que los que afectan a quienes lo mantienen en el cargo (o a los que le pagan viajes a Berlín para ver al Barça).

Es evidente que la torpeza de la norma municipal da alas a unos y a otros, pero lo peor es la creencia en que cada uno tiene derecho a ajustar la ley a su propia conveniencia. Ahora le devuelven la pelota, pero fue Ada Colau la primera que, el 1 de junio de 2015, aseguró que pensaba desobedecer las leyes que le parecieran injustas. ¡Como si fuera lo mismo el ser que el parecer! Luego han venido los independentistas a explicar que lo justo es lo que ellos deciden y los demás prácticamente se dedican a enviarlos a las cámaras de gas.

En 1961, Bertrand Russell se manifestó en Londres a favor de un gobierno mundial que forzara a los estados a prescindir de las armas nucleares, defendiendo la desobediencia civil frente a la amenaza atómica. Fue detenido, juzgado y condenado a una semana de prisión. Nunca adujo que no era culpable. Al contrario, sostuvo que había que cambiar la ley porque le parecía injusta, pero no que eso le eximiera del castigo por desobedecerla. Más aún, cuando iba a ingresar en la cárcel, alguien se exclamó de que acabara preso alguien con 88 años. “Y eso ¿qué tiene que ver?”, le dijo Russell, rehuyendo el cuento de la lágrima al que tan dados son los algunos victimistas de por aquí. Los Junqueras y compañía no aducen la edad, pero sí que tienen familia, como si eso no fuera un hecho casi universal. Como si ser padre, tío o sobrino fuera una bula para hacer lo que a uno le dé la gana.

Al contrario, las leyes están para evitar los perjuicios a hijos, padres, tíos y sobrinos. Y los agentes de la autoridad tienen la misión de hacerlas cumplir. Llama la atención que un muy alto cargo de los Mossos haya declarado en un juicio que el cuerpo iba fatal porque el Govern estaba fuera de la ley y que nadie le pregunte qué hizo para reconducir la situación.

En el plano más urbano, la norma que busca reducir la contaminación pretende que no se pudran los pulmones de los familiares, lo que no puede depender de que a alguien (aunque ese alguien sea la alcaldesa) le parezca justo o injusto. Las normas injustas se cambian por la vía parlamentaria o en los plenos municipales, no quemando gasoil. Y menos aún, echando gasolina a la convivencia. Con lo baratas que son las cerillas, siempre habrá alguien con vocación de incendiario.