El  distrito de Les Corts ha ido creciendo a golpes. En los años cincuenta se construyó el Camp Nou, tras una operación especulativa en los terrenos del viejo campo del Barça. Gracias a eso se asfaltó la Travesera; la avenida de Madrid fue asfaltada a mediados de los sesenta para prolongar el tranvía 54, que entonces moría en la plaza del Centre. Paralelamente, en la Diagonal iban proliferando las facultades universitarias. El llamado Campus Nord (frente al cuartel de Pedralbes) culminó su construcción ya en los noventa. La ronda del Mig fue hasta los setenta un agradable paseo de tierra y palmeras que enlazaba con la calle de Brasil y una tranquila plaza llamada “del niño”, por la estatua que remataba una fuente. Se comprende que en la medida en que Les Corts es un barrio relativamente nuevo, se halle sujeto a permanente transformación. La última aprobada, la pasada semana, es la que afecta al Miniestadi y otras instalaciones del FC Barcelona, permitiendo su demolición.

La nota que hizo pública el consistorio sobre estos cambios señala que la operación permitirá conseguir “espacios públicos abiertos al vecindario”. Que así sea. Pero es curioso que no se actúe a la vez sobre la zona vecina al Mini: la que hay entre las diversas facultades diseminadas por debajo de la Diagonal. Hoy por hoy, ese conjunto de calles son un aparcamiento al aire libre. Un aparcamiento, además, inútil. La zona universitaria cuenta con tres líneas de metro (la 3, la 5 y la 9), un sin fin de líneas de autobús y dos de tranvía. No se puede decir que sea un área mal comunicada y que requiera el uso del coche. Tampoco sirve como aparcamiento para los residentes en la periferia que vayan a la ciudad: quien coge el coche en Esplugues o Sant Feliu no lo deja en la Zona Universitaria, acaba llegando al centro de la ciudad.

La reforma de este espacio, además de eliminar un montón de tráfico, permitiría dotar al conjunto de las facultades de un verdadero campus en el que los estudiantes pudieran estar. Y no sólo los estudiantes: el barrio entero ganaría gratuitamente un “espacio público abierto al vecindario”.

La entrega de esta parte de la ciudad al coche forma parte de la filosofía general que ha inspirado el desarrollo de la Barcelona del último medio siglo. Una ciudad donde la gente se declara partidaria de medidas que frenen el cambio climático, siempre que no  afecten a su vehículo, contamine o no, lo que no deja de ser una forma de hablar, porque los coches siempre contaminan. Hasta los eléctricos.

La penúltima medida municipal proyectada es restringir el uso de los coches más contaminantes. Quizás sea un buen propósito, pero también se podría restringir el uso de los coches (y las motos) inútiles: los que son utilizados sin ningún tipo de justificación, porque ir en coche a donde hay un transporte público más que suficiente es una verdadera inutilidad. Y un atentado contra el medio ambiente.

La restricción al uso de coches contaminantes pretende reducir a medio plazo la presencia de 50.000 vehículos en Barcelona, sobre los casi 400.000 que la ocupan hoy. Lo que ocurre es que no es cierto que esas restricciones se dirijan directamente contra los coches más contaminantes. Las restricciones emplearán como criterio la antigüedad del vehículo. Y no está nada claro que los vehículos más antiguos sean siempre los que más contaminan. Dependerá del estado de mantenimiento, cosa que debería detectar la inspección técnica de vehículos (ITV) que todos deben pasar obligatoriamente a partir de una determinada edad. Poca confianza deben tener las autoridades en esa inspección cuando no la toman como referencia. Es cierto que muchos vehículos no la pasan, pero es más fácil controlar a los que se escaquean (bastaría cruzar los datos de las ITV con los registros de matriculación) que instalar dispositivos de lectura de matrículas distribuidos por las calles. Sin contar con que hay coches antiguos en perfecto estado de revista y otros seminuevos que echan humo hasta por el parabrisas.

Pero es más fácil mirar el calendario que pensar en soluciones imaginativas. Como es más fácil asegurar que se abrirán espacios públicos al vecindario que prohibir aparcar en espacios que ya son públicos, para que ese espacio lo usen realmente los vecinos. Como ejemplo: Les Corts.