El 14F marcará un antes y un después en la política española y catalana, pase lo que pase. Esta premisa está siendo aceptada por todas las formaciones políticas catalanas. Todas excepto dos: Junts per Catalunya y Ciudadanos. Los primeros porque, si no ganan, serán condenados a la irrelevancia. Han conseguido que nadie quiera pactar con ellos. Solamente la CUP mantiene una puerta abierta, siempre y cuando ERC se sume a este carro. Y no parece que los republicanos estén por la labor. Y los segundos, Ciudadanos, porque no quieren comprobar el desastre que se les augura. Si la catástrofe va más allá de lo anunciado, la formación naranja se verá sumida en una crisis de alcance impredecible en Cataluña, más que seguro, pero también en España.

Los movimientos de precampaña se empiezan a definir, excepto los socialistas que están trabajando en un golpe de efecto para enero. No sabemos lo que pasará, pero el ministro José Luis Ábalos, secretario de organización del PSOE, ha puesto la semilla. El gobierno tramitará los indultos porque está obligado a hacerlo y el ejecutivo, y aquí viene la novedad, “tiene la obligación moral de aliviar tensiones”. Puede ser que esta medida sea la tarjeta de presentación de Miquel Iceta que ha puesto al PSC en la pole position. Está dispuesto a ganar, está dispuesto a no hacer un sinpa como Arrimadas y quiere devolver al PSC a un papel decisivo y decisorio en Cataluña y en España. Su alter ego, Pere Aragonès, afinará posiciones desde el púlpito de la presidencia en funciones, mientras que el PP y VOX están mirándose de reojo en su particular batalla electoral. Si VOX logra el sorpaso, la madre de todas las batallas en Madrid estará servida.

Los comunes tratan de marcar perfil a todo trapo. Colau está más activa que de costumbre y con los presupuestos de Barcelona ha firmado su apuesta electoral. Ha sacado más votos de los necesarios y podrá hacer política durante 2021, un año delicado porque la incertidumbre sigue instalada en la economía. Tiene presupuestos con el apoyo de socialistas y republicanos, contó con el respaldo de Manuel Valls y una abstención del PP que ha sumido en la perplejidad al personal. Bou es, sin duda, un verso suelto, pero me niego a leer esta abstención como una ocurrencia. Mas bien parece que esa abstención dice alto y claro que ellos no son VOX. Veremos.

Colau ha situado su aspiración en un tripartito. No es una opción fácil porque socialistas y republicanos negarán el pan y la sal a esta opción. U otra similar, como un pacto de legislatura. Pero Colau apuesta y apuesta fuerte por un gobierno de izquierdas en Cataluña porque sería tanto como consolidar sus opciones en Barcelona de cara a las próximas municipales. Recuerden que ha abierto la puerta a presentarse.

Los comunes tienen un horizonte sombrío el 14F. Las encuestas le dan una única opción: repetir resultados, porque más allá del área metropolitana los morados no existen. Colau sabe qué si se repite un Govern independentista, la posición política de su partido se reduce a la nimiedad. No sería fundamental en el Parlament y quedaría cercada a futuro en Barcelona. Necesita participar en el nuevo gobierno catalán porque sería su ventana para abrir nuevos escenarios en comicios posteriores. Y ha puesto su grano de arena. Más allá de las palabras ha cerrado un acuerdo sobre presupuestos con PSC y ERC para demostrar que el entendimiento de estas tres fuerzas es posible.

Sin embargo, el lastre de Colau es su propia gestión. La percepción ciudadana de la gestión municipal no está en su mejor momento. La crisis, las veleidades medioambientales que han convertido la ciudad en un caos, y sus modelos excluyentes en turismo o comercio, han puesto a colectivos de diversa índole en pie de guerra. Este escenario pone en duda los resultados de los comunes el 14-F. Si Barcelona no le vota, no solo puede dar al traste con mayorías alternativas en Cataluña sino que puede ser la puntilla para un proyecto que no para de caer desde que se fundó en 2015. Colau necesita el voto barcelonés para aligerar la presión que la atenaza. Lograr el consenso sobre los presupuestos ha sido fundamental. Solo le queda guardar en el cajón los proyectos que generan gran rechazo o, como mínimo, sentarse a negociar con la sociedad civil barcelonesa. Y aquí viene la gran incógnita. Colau se siente con razón y con razones para aplicar sus postulados y rechaza al divergente, al discrepante. No es esa la mejor manera de conseguir apoyos, sin duda.