Estamos acostumbrados a ver a nuestra alcaldesa reaccionar airada ante cualquier ataque, aunque no descarta ninguna opción en ser la novia en la boda o el muerto en el entierro. La última andanada la lanzó El Mundo sugiriendo un romance entre Ada Colau y el responsable del Open Arms, Oscar Camps. A mí, sinceramente, la vida privada de nuestros políticos me interesa un colín. Si Colau y Camps tienen una relación, me parece insignificante. Lo que no me parece irrisorio es que el ayuntamiento riegue con centenares de miles de euros a una ONG que tiene unas relaciones laborales bastante deplorables como han denunciado sus trabajadores a los que los juzgados de lo Social les dieron la razón. Ahora con el cambio de gobierno en Italia, ardo en deseos de cuál será el papel del Open Arms. Quizás ahora ya no tenga tanto interés ir a rescatar por aquellas aguas. Veremos.

Sorprende también la reacción de la alcaldesa calificando la información, que no daba detalles más concretos y se concentraba en un bulo, de machista. O sea, que el ataque contra su persona era porque era mujer. Basta con echar un vistazo a la hemeroteca y a la historia reciente para ver que este tipo de informaciones son el “alma” de la prensa del corazón, y si se mezcla con la política, mejor que mejor.

Ejemplos, más de uno y más de dos, porque la “rumorología” es una ciencia de alto standing en nuestra cultura. Guste o no. Durante meses se habló más del romance de Manuel Valls con Susana Gallardo, que del desembarco del primer ministro francés en la política barcelonesa. Hasta Pedro Sánchez fue sometido a un rumor, que todo el mundo bien informado confirmaba porque se lo había dicho alguien muy cercano al entonces secretario general del PSOE pero que nadie identificaba, de su relación con una diputada socialista cercana a sus tesis. Ximo Puig también fue noticia en estas lides, señalando al presidente valenciano por su recién estrenada relación con una de sus consejeras.

El primer afectado por esta ciencia infusa de la rumorología fue el vicepresidente Alfonso Guerra. La ruptura de su relación destapó un sinfín de rumores sobre quién era su nueva pareja que fue utilizada para deteriorar su imagen. Otros “chismes” fueron más sórdidos. Cuando Josep Borrell iniciaba su relación con Cristina Narbona, el entonces candidato socialista a la presidencia del Gobierno tuvo que desmentir una y otra vez su relación con Ortega Cano. Ni que decir tiene, este supuesto romance fue una simple habladuría. Quizás también la alcaldesa tendría que comentar la jugada con José Montilla. El presidente de la Generalitat ha soportado durante años rumores de separación. La guinda la puso un rumor que lo relacionaba con su profesora de catalán. Lo único cierto es que sí, había una profesora de catalán, pero nada más.

Nadie escapa a este foco mediático que a veces es real y a, las más, es sólo un divertimento putrefacto. Ni la derecha. Los líos amorosos de Albert Rivera han sido seguidos en primera línea y hasta el exministro Montoro fue bombardeado, seguramente porque era el ministro de Hacienda. Los ejemplos aquí expuestos no son los únicos. Hay muchos más, porque la rumorología está asentada en nuestra vida cotidiana. Otra cosa es que algunos medios se excedan y ofrezcan una información sin contenido sustancial. Eso sí, refugiarse en el machismo para hacerse la ofendida es mirarse el ombligo. Quizás la alcaldesa debería recordar que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Además, la mayoría de ciudadanos la juzgamos por lo que hace, no por con quién está. No nos pasemos de frenada, señora alcaldesa, rasgándose las vestiduras. Recuerde que también le gusta ser la protagonista en todas las charcas. No se puede tener la piel tan fina.