El negocio de la recogida de residuos en Barcelona es escandaloso, por diversos motivos.

El primero de ellos apunta a la literalidad de la afirmación: cada vez que un camión de BCNeta se aproxima a un contenedor y opera junto a él, da igual que estés a un metro o a 15 por encima, a cuatro plantas de altura, el escándalo es mayúsculo; y no digamos si, como es el caso habitual, los privilegiados cerebros que establecen horarios y recorridos deciden que la recogida del vidrio se realice un domingo antes de las diez de la mañana. Es un horario, como todo el mundo sabe, perfecto por varios motivos: toda la ciudad madruga un domingo, y lo hace con la exclusiva prioridad de bajar los envases de vidrio al contenedor, por lo que éstos se encuentran llenos, hasta los topes y, por tanto, generan la necesidad de vaciarlos.

Lo escandaloso del negocio de la basura pasa también por el aspecto que presentan algunas zonas. Tomo como ejemplo el tramo de la calle del Bruc que va de Trafalgar a la Ronda de Sant Pere, allí donde el Eixample se acaricia con las callejuelas más estrechas de la vieja Barcelona. De una esquina a otra, en ese tramo se arraciman no uno ni dos, ni cinco ni seis, sino hasta... once contenedores de residuos. Cualquiera que haya pasado por la zona sabrá que es un barrio donde prolifera el comercio mayorista, antes sede del textil catalán y después, de importadores chinos que han empezado a regresar a su país, porque aquí ya comienza a vivirse peor que en Pekín o en Pokón. Puede que fuera necesario reunir en ese espacio algún refuerzo para recoger cartón, incluso plástico, dado que los embalajes de los productos textiles generarían un desperdicio extra, pero nada, absolutamente nada, justifica la presencia de los muchísimos otros recipientes.

El desfile de camiones, caracterizados por el espantoso ruido que emiten tanto cuando circulan como cuando operan estacionados, es incesante, durante el día y buena parte de la noche.

Una arquitecta amiga, versada en asuntos ciudadanos, me explicaba, en parte, el intríngulis del asunto: la empresa adjudicataria del servicio de recogidas calcula en términos volumétricos, de acuerdo a la densidad de población, los kilos de basura que podrían generarse, y el Ajuntament contrata de acuerdo a ese cálculo cuántas rutas y qué frecuencia de paso tendrán los camiones. Así, el acierto en la cosa quedaría repartido entre la buena fe del calculador y el rigor del contratador. Visto el caso del tramo de Bruc mencionado, no parece que ni uno ni otro se afanen mucho en afinar con el lápiz.

Pobres vecinos los que duerman con ventana a la calle, peor cuanto más cerca de la calzada, ahora que se aproxima la temporada de calor y a más de uno le tocará abrir el cuarto para que corra el aire.