Las oficinas en las que trabajé durante unos veinte años se trasladaron, los últimos cinco, a una tierra agreste y fronteriza. A un lado tenías un barrio de naves industriales casi todas abandonadas, algo más allá un distrito de grandes edificios corporativos y centros comerciales, algo más acá unas casas de gente de muy humilde condición y en la vecindad, los servicios fúnebres. Entonces había también un descampado enorme.

Con un poco de práctica y muchas horas de paciente observación, podían distinguirse toda clase de animales. Entre las aves, cómo no, palomas, gaviotas y cotorras argentinas, pero también se tórtolas, garzas comunes y garzas reales, mirlos, gorriones, avefrías, golondrinas, aviones y vencejos durante la temporada y cernícalos y mochuelos todo el año. Estos últimos cazaban topos y ratoncitos; una jauría de caniches asilvestrados y minúsculos se encargaba de las ratas de alcantarilla que asomaban sus hocicos en la vecindad, dándoles caza como antaño hicieran sus antepasados, los lobos. Qué espectáculo.

Ese particular ecosistema desapareció y hoy lo ocupan un edificio de diseño muy guay y un grupo de chabolas con sus habitantes. Unos salen o entran del aparcamiento con sus enormes automóviles y los otros abandonan el solar arrastrando un carrito de la compra lleno de chatarra y porquería. Aunque no existirían los unos sin los otros, es digno de estudio cómo evitan conocerse entre sí.

La fauna barcelonesa es rica y está en constante evolución, y puede llegar a sorprenderte, como me sorprendió el otro día. Regresaba en coche de una excursión y pasaba por la calle de Mallorca. Poco antes de llegar a la Sagrada Familia, un trueno rasgó los cielos y cayó uno de esos repentinos y violentos chaparrones de verano. Había llegado a la altura del templo y entonces tuve que echar el freno, porque atravesaban la calle a la carrera cientos, literalmente cientos, de guiris buscando un refugio. Gritaban, se tapaban como podían. Atrás quedaron algunas chanclas, niños y souvenirs. ¿Han visto uno de esos reportajes en que el jeep de los audaces exploradores se ve metido en medio de una estampida de ñus en el Serengueti? Así me sentí yo: guiris delante, guiris detrás, a los lados, todos corriendo, gritando, saltando. Había guiris-gacela, guiris-jirafa, incluso guiris-hipopótamo, unos procedentes del norte y otros, de oriente, tantos de ellos con ese color de gamba hervida tan característico.

El guiri es, en efecto, un bicho estacional. Aporta nutrientes al ecosistema, pero si la migración de guiris supera cierto límite, el sistema se colapsa. Anidan en hoteles, se achicharran en las playas, se alimentan de sangría y los que tienen suerte copulan con frenesí antes de arrojarse a una piscina desde el balcón de su hotel; pero si son tantos que no caben en los hoteles, entonces ocupan pisos y expulsan a los animales autóctonos y hacen pipí en la calle. Son los guiris-cuco. Por eso, hay quien defiende el exterminio del guiri-cuco. Pero si nos quedamos sin guiris, ¿de qué vamos a comer, hijos míos? Y si se multiplica el guiri-cuco, ¿dónde anidaremos los que no somos guiris?

No es el único problema que afronta la ciudad. Ahora mismo, me cuentan, tenemos encima una alerta climática. Qué ganas de causar alarma porque hace calor, ¿verdad? Pues ¿acaso no estamos en verano? No van por ahí los tiros. Ocurre que la contaminación se nos ha ido de las manos y de ahí la alerta. Es un asunto muy serio. Tendremos que hacer algo, y hacerlo ya. 

Sin causar estropicios, también lo digo. Porque el equilibrio de los ecosistemas es sutil, complejo y muy sensible. 

Barcelona es una jungla de asfalto. Habitan depredadores en ella, y parásitos, que les nombraría a más de uno, pero también animales de bien, sufridos animales como usted o como yo, que contemplan el panorama con cierta desazón y una leve esperanza. Porque ahora mismo, en la plaza de Sant Jaume, lado mar, suenan gritos de apareamiento en la manada de los munícipes. Anuncian un pacto de gobierno, un nuevo gobierno que ojalá ponga un poco de orden en esta selva, que buena falta nos hace.