Hace apenas unos días, en Betevé, la emisora de televisión municipal de Barcelona, pasaron un pequeño reportaje sobre la ampliación de las aceras en la Vía Laietana. Como corría prisa, en vez de embarcarse en unas costosas obras, pintaron de amarillo chillón un trozo de la calzada y pusieron unos bolardos, también amarillos, para aislar esa «acera» de los vehículos. La intención era que los peatones pudieran caminar más anchos en un lugar en el que las aceras de verdad eran (y siguen siendo) estrechas. ¿El resultado? Ciclistas.

Veían un carril pintado de amarillo, veían bolardos amarillos y ahí voy, a estrenar el carril-bici de Vía Laietana. El audaz reportero de Betevé, micrófono en mano, entrevistaba a los ciclistas que ocupaban ese carril robado primero a los automóviles y luego a los peatones. Quién más, quién menos, no sabía que aquello era tierra de peatones. De buena fe, se mostraban sorprendidos, porque de verdad que parece un carril-bici, no un sitio para caminar.

Le faltó tiempo a Janet Sanz, que ejerce de directora del Área de Ecología, Urbanismo, Infraestructuras y Movilidad del Ayuntamiento de Barcelona, y espero no haberme dejado nada en el tintero, para echarles una bronca a los ciclistas, que hombre ya, que por dónde van, que su sitio está en la calzada, a los pies de los caballos. Los ciclistas, por su parte, hacen bien en resguardarse del peligro en ese carril amarillo y se quejan de que la prevista remodelación de Vía Laietana sólo incluye un carril-bici de subida; la bajada la harán a tumba abierta, entre automóviles y autobuses.

La señora Sanz también tuvo un recuerdo para las furgonetas de reparto. Por lo visto, los carriles pintados con rayas amarillas en el Ensanche, también previstos para los peatones, se han convertido en zonas de carga y descarga que liberan las esquinas. Los repartidores y transportistas aprovechan la ocasión, quién no. Como los peatones apenas pisan los carriles amarillos… Que no, que eso es para caminar. Pero ¿dónde lo pone? ¡Cuánta confusión!

La confusión es el signo de nuestros tiempos. El ser humano se enfrenta a la realidad de su destino con cara de pasmo y un ¡ay! en el cuerpo, como viene siendo habitual desde que tiene conciencia de sí mismo. La lucha del ser humano es la estúpida batalla por imponer orden en el caos. Cuando parecía que se llegaba a un acuerdo entre uno y otro estado de las cosas, llegó la señalización vial que está viendo la luz este verano. ¡En fin…!

La confusión se impone aquí y en todas partes. Véase, por ejemplo, la confusión que transmiten y de la que hacen gala nuestras autoridades autonómicas. Es tal su nivel de ineptitud y estupidez que costaría creer que alguien, queriendo, pudiera superarlo, y nos pilla en tiempos de pandemia. Puertas adentro, el caos en el Departamento de Salud es tremebundo y la coordinación entre diferentes departamentos, una utopía. Las voces que me llegan desde ese departamento son tanto las de la confusión como, sobre todo, las de la desesperación y el miedo. ¡No han hecho nada! ¡No saben qué hacer! ¡Estamos en manos de ineptos! ¡Vamos a morir todos! Eso dicen.

La confusión ha llegado para quedarse, al menos un rato. Tan lejos ha llegado que, en un espacio como el de la Universidad de Barcelona, templo del saber, de la ciencia, del espíritu crítico, etcétera, etcétera, van y sacan un curso de Terapias Complementarias en Ciencias de la Salud. ¿Qué terapias complementarias son ésas? Pues son viejas conocidas: la homeopatía, las flores de Bach, las terapias energéticas, las visiones holísticas y una completa colección de majaderías que no tienen ni base ni fundamente científico ni nada. No es la primera vez que denuncian a la Universidad de Barcelona por dar publicidad a estafadores peligrosos, pero la institución alega que estos cursos son muy apreciados por el público, que paga por ello, un criterio científico de puta madre, y perdonen ustedes, que me caliento.

¿Qué queda ante tanta confusión? Quizá tomar una infusión, para calmarnos. Aunque habrá quien prefiera un pelotazo de gin-tonic, porque en aguas revueltas siempre hay sinvergüenzas que sacan provecho.