El rector de la Universidad de Barcelona, Joan Guardia, cree que “fascista” no es un insulto. Quizás lo considera un elogio. Él sabrá por qué. Hace unos días se produjo un incidente no en una taberna donde corriera el vino peleón, sino en el claustro. Alguien que imparte clases en la Facultad de Geografía e Historia llamó “fascista” y “colono” a Ricardo García Manrique, profesor de Derecho en esa misma Universidad. El tal Guardia, de segundo apellido Suárez, sostuvo que el exabrupto no vulnerara las normas de la cortesía académica.

Tal vez pensara que el hablante tiene capacidad estipulativa. Como ocurre en no pocos ámbitos y publicaciones científicas, se puede estipular de entrada el sentido estricto que se da a una palabra, de forma que no quepa confusión. Por ejemplo, los físicos dejan muy claro que cuando hablan de “masa” no se refieren a la del pan ni a las que supuestamente apoyan al procés.

El que insultó da clases en una facultad de la que, no sin ironía, se dice que es más difícil entrar que salir. Por si no se entiende: hay que acreditar más conocimientos para superar el examen de selectividad (ahora se llama de otra manera) que para terminar la carrera.

Guardia cumplió con su misión nacionalera, que es la de permitir que se oyera una sola voz: la de quienes reproducen las consignas de los partidos en el gobierno. Un gobierno que controla subvenciones, dotaciones de cátedras, ayudas a la investigación, plantillas y remuneraciones. Si para estar a bien con el que manda hay que pasar por alto que “fascista” es un insulto, pues se pasa. Después de todo, buena parte del discurso (es un decir) independentista se basa precisamente en el insulto.

Para el independentismo, quien no comparta sus ideas es, por supuesto, un fascista partidario de todas las dictaduras, un ladrón, un colonialista, un torturador o partidario de la tortura, un incendiario, un represor. Y si no le llaman también reprimido es porque ignoran que el término puede ser utilizado para descalificar a alguien. Muchos de ellos proceden de un catolicismo que aplaude la represión de los instintos, sobre todo los sexuales, y se reprimen todo lo que pueden. Luego subliman las pulsiones por otra vía. Por ejemplo, insultando. Eso debió de pensar Guardia, que es psicólogo. De ahí su actitud comprensiva.

Pero bien podría tratarse de algo diferente. El independentismo copió del PSUC la táctica del entrismo. En los últimos años de la dictadura, los comunistas decidieron participar en cuantas asociaciones se pudiera, de forma que su palabra resonara por doquier. Se infiltraron, no sin riesgos, en los sindicatos verticales (lo que servía de tapadera para la implantación de Comisiones Obreras), en las asociaciones de vecinos, en los colegios profesionales. Ya en la etapa en la que presidió el gobierno catalán el defraudador confeso Jordi Pujol, el Departamento de Bienestar Social, dirigido por Antoni Comas, encargó a un joven aguerrido, llamado Felip Puig, contrarrestar la presencia de la izquierda en las entidades sociales. Con el talonario de las subvenciones en la mano, Puig consiguió desalojar de no pocos centros a una izquierda con tendencia al acomodo. Esa izquierda fue reemplazada por subvencionados partidarios del nacionalismo defraudador, lo que explica que este año el pregón de Gràcia haya sido encargado a Jordi Cuixart, fanático donde los haya y representante de una minoría que ni siquiera acude a las elecciones para no hacer el ridículo.

Más tarde, el independentismo se esforzó en la tarea de expulsar de todas partes a la disidencia. Empezando por TV3 y Catalunya Ràdio. Se trataba de que en el país se oyera una sola voz: la suya.

La siguiente acometida para imponer el silencio a los demás se ha dado en las universidades, por eso lo del claustro de la UB no es una mera anécdota. Muestra también la catadura de ciertos independentistas dispuestos a hacer méritos a ver si el gobierno les da algo. Porque hay independentistas honestos, como hay unionistas honestos que no son “fascistas” ni “colonos”. Dos palabras lanzadas sobre el profesor discrepante con la voluntad de estigmatizarle y anunciar al resto de discrepantes que lo mejor que pueden hacer es callar. Lo duro es que en el claustro había otros discrepantes, supuestamente de izquierdas, y por si acaso se callaron.

A este paso Barcelona se irá empequeñeciendo cada vez más. Incluso es posible que los fanáticos consigan que muchos se marchen. Pero lo harán con el verso de León Felipe en la garganta: “Tuya es la hacienda.../ la casa, el caballo y la pistola.../

Mía es la voz antigua de la tierra./ Tú te quedas con todo / y me dejas desnudo y errante por el mundo.../ mas yo te dejo mudo... ¡mudo!...”

Y anunció que se llevaba la canción y la palabra.