Mientras todo el mundo habla de la reforma de la via Laietana y de la Rambla, el extraño caso de la Sagrada Família parece haberse formado un pacto de silencio. Los miembros del patronato siguen a lo suyo, que, en mi opinión, es convertir Barcelona en una ciudad a una iglesia pegada. Si de ellos dependiera, ya habrían ido al suelo cuatro manzanas del Eixample para poder desplegar esa Escalinata de la Gloria que a Oriol Bohigas se le antojaba un vómito del catolicismo. Hay poca gente más obsesiva en nuestra ciudad que los integrantes del patronato de la Sagrada Família, a los que la reubicación de cientos de inquilinos no parece quitarles precisamente el sueño. Las obras están en marcha desde siempre: ya en mi infancia, durante la era Porcioles, era un tema recurrente en esta ciudad. Para unos (el patronato y asimilados), había que acabar la iglesia caigui qui caigui i peti qui peti; para otros, más valía dejarla como la concibió Gaudí y considerarla una simpática rareza a preservar para alegría de turistas y devotos de las cosas del excéntrico arquitecto meapilas que pereció arrollado por un tranvía. Como todos sabemos, se impuso la tesis de acabar la nueva catedral, aunque no se supiera muy bien de dónde sacar el dinero y las obras se convirtieran en algo eterno. Así la convertimos en un perpetuo work in progress con un progress más bien lento y sometido a las críticas de quienes pensaban que, con cada añadido, el edificio de Gaudí cada vez se parecía más a una gigantesca mona de pascua.

Hace unos días vi por la tele el floripondio a colocar sobre una de las torres y la metáfora de la mona de pascua me volvió de inmediato a la cabeza. Yo ya entiendo que no debe ser fácil proseguir la obra de un arquitecto que trabajaba sin planos (en eso, Gaudí era como Tesla: ambos pasaban directamente de la idea a su realización, sin tomarse la molestia de hacer dibujitos), pero tengo la impresión de que la Sagrada Família se ha ido convirtiendo en un amasijo de elementos extravagantes, tirando a feos, que deben estar haciendo que Gaudí se remueva en su tumba. La intervención del difunto Subirachs ya fue de abrigo, pues el hombre se tiró años esculpiendo montones de ángeles encarcarats que daban cierta penica y no poca grima. Durante los años 90, hasta hubo un movimiento artístico-popular para conseguir que el escultor dejara de enmendarle la plana al pobre Gaudí, pero no hubo nada que hacer: como artista oficial del régimen, Subirachs tuvo carta blanca para hacer lo que le diera la gana, y supongo que se lo pasó muy bien, pues si eres catalanista y meapilas, como era el caso, instalar tu estudio en la Sagrada Família y dedicarte a afearla con saña tiene que ser lo más parecido a un sueño húmedo hecho realidad.

Tras la muerte de Subirachs, siguieron las ideas de bombero en torno a la Sagrada Família (el mentado floripondio es la última muestra de esa discutible expresión creativa). Lo de la Escalinata de la Gloria, de momento, está medio parado, pero seguro que los del patronato no se han olvidado del asunto y pronto volverán a la carga con ello. El caso es que, con cada nuevo elemento, la Sagrada Família se aleja más del concepto inicial y se va convirtiendo en una monstruosidad arquitectónica que, afortunadamente, no viviré para ver concluida. Si es que la idea de concluirla está realmente en la cabeza de los miembros del patronato, que a veces dan la impresión de aspirar a una construcción interminable que, de manera metafórica, nos recuerde a los descreídos que todo lo relativo al Señor es inabarcable.

Si alguien del ayuntamiento me consultara al respecto (una posibilidad altamente improbable), yo sugeriría olvidarse de esa escalinata que pretende desalojar de sus casas a un montón de mis conciudadanos y que empeoraría aún más la vida de los vecinos del barrio, que llevan años que trinan con la afluencia de turistas y lo difícil que se les ha hecho circular por su entorno. También votaría por eliminar todos los tiesos apósitos angelicales del señor Subirachs. Y, si me apuran, no me importaría que el ayuntamiento de mi ciudad les vendiera la Sagrada Família a los japoneses y que éstos la reconstruyeran piedra a piedra donde más les apeteciera: que apechuguen otros con tan discutible interpretación de las ideas originales del amigo Gaudí. En su lugar podríamos crear un parque estupendo con un bonito pabellón dedicado al proyecto de Gaudí en el que hubiera fotos anteriores a la intervención de Subirachs, a los delirios de los fanáticos religiosos que componen el dichoso patronato y al espantoso floripondio que casi consigue hace unos días que se me atragante la comida mientras seguía de reojo el noticiario en el que apareció a traición.