Ada Colau llegó a la alcaldía porque prometió ocuparse de las personas frente a la “casta” política que se preocupaba sólo por sus intereses. Sin embargo, hoy muchos recordamos con añoranza a Jordi Hereu e, incluso, a Xavier Trias. En estos cuatro años, el racimo de prácticas de la señora alcaldesa pone los pelos de punta porque más allá de la propaganda de Pisarello, Pin o Badia, las personas han sido los últimos monos.

La huelga de los trabajadores del metro es el -pen- último ejemplo. Hay material cancerígeno y los trabajadores exigen un protocolo de actuación. La empresa lo minimiza y Colau no está ni se la espera. ¿Tan difícil es estudiar algún tipo de solución? Seguramente no es fácil, pero es difícil ver que sea tan complicado. Entre otras cosas, porque ha habido muertos y enfermos. ¿Dónde está la política de las personas?

No es el único caso, créanme. Los familiares de los muertos del cementerio que vieron como los nichos caían y los cadáveres se mezclaban están sometidos a una suerte de subasta. Eloy Badia, el muy revolucionario concejal, intenta acallar bocas con dinero. De identificar a los muertos, más bien poco. En este “remake” del Yak 42, Colau no ha estado a la altura. Más bien ha quedado en evidencia.

Si repasamos la gestión desde 2015, también nos encontramos con la vivienda. Su mandato es un ejemplo del ridículo. Apenas 700 viviendas sociales, soluciones a lo “contenedor”, reservas en nuevas construcciones que van a ser contraproducentes, y siguen los desahucios. Después de las fotos de los primeros días, la gran activista Colau se ha separado, cuando no divorciado, de su PAH, aquella plataforma que la aupó a la alcaldía.

Ahora sabemos también que la “machada” de las Glòries nos va a costar un “congo”. En dinero. En fiasco nos lleva costando a los barceloneses horas de atascos y colas. Además, el consistorio en su afán de ideas fantásticas añadió al “pollo” de las Glòries el corte de la Meridiana. Ya saben eso que elecciones obligan.

Los restauradores de la ciudad, de una ciudad volcada a la calle, a la caña o el café en las terrazas, siguen siendo sus grandes enemigos. Dice la primera edil que lo hace para proteger la convivencia. Quizás en algún momento podría pensar también en proteger la economía local y la forma de vida de los ciudadanos de Barcelona.

El suma y sigue no tiene fin. Ahora nos quedaremos también sin zoo. Los votos de los animalistas, que no se presentan a las municipales, son muy necesarios en tiempos de vacas flacas. No se plantean inversiones para una infraestructura que hace las delicias de los críos de Barcelona y su área metropolitana. Las condiciones de las instalaciones son bastante mejorables, pero la solución no es el cierre. La solución es poner los recursos suficientes. Y la responsabilidad es de Colau.

Sus últimas víctimas son los trabajadores del Metro. Y no lo olviden, los usuarios que volverán a padecer una huelga que sólo pide garantías para la salud. Colau está por otras cosas que le puedan reportar pingües beneficios electorales como la nacionalización del agua -cuando es una de las cosas que funciona-, en actos de propaganda, en entrevistas empalagosas y en la gran política, no ocultando sus ganas de salir por piernas de la alcaldía y alcanzar un ministerio. No soy católico, pero ¡Dios no lo quiera!