Hoy 21 de julio, el ayuntamiento organiza distintos actos en conmemoración del 30 aniversario de la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Si la hipocresía fuera una disciplina deportiva, Ada Colau sería, sin duda, medalla de oro tras pulverizar todos los récords posibles. Al no serlo, solo cabe su descalificación por comportamiento antideportivo en su demagogia y por el dopaje de suceder Barcelona en Comú a la formación política que fue contraria a la celebración olímpica.

Barcelona tuvo la suerte de que en aquellos años previos y posteriores a 1992, Ada Colau no fuera la alcaldesa de la ciudad. Los entonces adláteres suyos en política, el partido Iniciativa per Catalunya, ICV, torpedearon todo lo que pudieron, en muchas ocasiones junto a CiU, proyectos esenciales para los Juegos y para la transformación de Barcelona.

Recuerdo las movilizaciones de los concejales de ICV y de sus siempre entidades vecinales afines contra las Rondas en Nou Barris y su rechazo al Plan de Hoteles o a la reforma del Port Vell, entre otros. Eso sí, los de ICV nunca abandonaron el gobierno municipal. Tuvo que ser el PP el que, sumando sus votos con el PSC para alcanzar la mayoría absoluta necesaria, garantizara la aprobación de los acuerdos municipales y metropolitanos imprescindibles para transformar la ciudad y los barrios y garantizar el éxito de Barcelona 92. Era la paradoja de que, desde el gobierno, IC-amigos de Colau, se hiciera la oposición y que, gracias al PP, que no a CIU, la oposición se tornara de gobierno por responsabilidad de ciudad.

Ahora, la memoria histórica de la alcaldesa pretende reescribir lo sucedido y silenciar aquel rechazo al evento olímpico o a proyectos estratégicos para Barcelona, como la construcción de las Rondas porque ya entonces, como ahora, eran “cochefóbicos”. Con esta intención se servirá de su populismo para organizar desde el consistorio fastos y actos oficiales y, como no puede ser de otra manera, a evocar y ensalzar a la ciudadanía, léase los voluntarios olímpicos, para enmascarar su contrariedad de antaño.

A la alcaldesa es imposible pedirle “fair-play”, pero no por ello renunciaré a solicitarle que no utilice en beneficio político propio a los voluntarios cuyo esfuerzo, ilusión, altruismo y compromiso, sus homólogos de partido desdeñaron en 1992. Gracias a ellos, a los voluntarios, los Juegos Olímpicos fueron un acierto colectivo. También fueron piedra angular quienes Ada Colau quiere hacer olvidar desde su amnesia selectiva y sectaria de la historia. Así pretende ignorarla y reescribirla y para ello lejos de realzar, ignorar el protagonismo central de sus artífices: Juan Antonio Samaranch, el Rey Juan Carlos, Pasqual Maragall y, por supuesto, los voluntarios. Y ello en un contexto de una entente inédita por Barcelona y por los Juegos de PP y PSC y una fructífera colaboración pública-privada.

La gloria olímpica lamentablemente, como toda, es efímera. Barcelona necesita de apuestas de futuro, una gestión eficaz de presente, de la responsabilidad de gobierno y no del sectarismo, y mucha colaboración público-privada para sumar esfuerzos por nuestra ciudad y en lo sucesivo. A la suerte para Barcelona de que Ada Colau no fuera la alcaldesa en aquel 92, se une la desgracia que lo sea ahora. Al menos pongamos en evidencia sus hipocresías, populismos extremos e incapacidades y reclamemos voluntarios para militar en favor de un cambio en el gobierno municipal en las próximas elecciones locales de mayo de 2023 y tras las que deberán sumar distintos para lo importante: una Barcelona mejor y, ¿por qué no?, desde el recuerdo y orgullo de Barcelona 92, aboguemos por los juegos de verano de 2036.