Barcelona necesita nuevos estímulos. La crisis del coronavirus castigará a muchos sectores económicos y las cifras del paro serán terribles. La restauración, el comercio, el turismo se preparan para un futuro a corto plazo muy complicado. La cultura también sufre las consecuencias del virus: festivales cancelados, obras de teatro anuladas, salas de cine vacías… Salas de exposiciones y museos también pagarán las consecuencias de una pandemia imprevisible.

En tiempos difíciles, de incertidumbres y problemas, Barcelona debe ser ingeniosa. Ciudad vanguardista y cosmopolita, tendrá que reinventarse en los próximos meses. El presupuesto municipal saltará por los aires y los sectores más afectados piden una socialización de las pérdidas. No lo tendrá fácil el Ayuntamiento para atender todas las demandas, pero sus dirigentes deben pensar en grande. Con amplitud de miras.

Colau, al principio del estado de alarma, recalcó que sería sensible con el sector cultural. El Sonar, el Primavera Sound, el Cruïlla ya se pelean por una indemnización que alivie sus frustraciones. También las salas más pequeñas y la cultura popular esperan un gesto de la alcaldesa. Pero cultura también es el Macba y, por supuesto, el Hermitage, una marca prestigiosa que encaja muy bien en Barcelona.

Activista en el pasado y alcaldesa con una alta carga dogmática en el presente, Colau tiene una mirada sesgada que perjudica a Barcelona. Se equivocó, por ejemplo, al cuestionar el Mobile World Congress, al despreciar la Agencia Europea del Medicamento y al utilizar al Macba como arma arrojadiza para desviar los problemas del Raval. El Hermitage no le seduce, pero su implantación no representa riesgo económico alguno para las arcas municipales. Al contrario, puede potenciar la marca Barcelona en un momento muy complejo y complicado. Cuando el turismo más tocado está y muchos negocios se tambalean. Negocios y puestos de trabajo que no parecen preocupar mucho a la alcaldesa.

El ambicioso proyecto del Hermitage, aplaudido por los sectores económicos y culturales de la ciudad, está encallado. Inexplicablemente. Jaume Collboni, el primer teniente de alcalde, no es sospechoso, como tampoco lo es el PSC. Otra cosa es el núcleo talibán de los comunes. Los más pragmáticos, en cambio, saben que Barcelona no puede vacilar con el Hermitage. Sería un error histórico. Según un propio informe del Ayuntamiento, el museo tendría un impacto económico de 21 millones de euros anuales y generaría 377 puestos de trabajo. De éstos, 80 serían directos.

El Hermitage seduce a los barceloneses. Es un proyecto privado de altura que no costaría un euro al Ayuntamiento y que aumentaría el caché de Barcelona como capital cultural de primer nivel. Todo encaja y Colau lo sabe. Estaría bien que por un día pensara en el bien común de la ciudad y aparcara sus obsesiones. La cultura está por encima de las fronteras y las clases sociales.