Presumimos de la burguesía catalana de antaño, mecenas de las ciencias, las artes y las letras, que tanto hizo por la cultura, etcétera, etcétera, porque la de hogaño se contenta con visitar el palco del Barça el día que hay partido y es feliz haciéndose una foto con Messi. Éste es un buen resumen de la situación.

Cataluña es un globo que pierde fuelle que, si sube, sube menos, y si baja, baja más. Eso no lo digo yo, sino el servicio de estudios de la Cambra de Comerç de Barcelona, el servicio de estudios del BBVA y un notable etcétera de servicios de estudios.

En términos económicos, el año pasado Cataluña representó el 19,1 % del PIB español y Madrid, el 19 %. Más pronto que tarde, Madrid generará más PIB que Cataluña, quizá ahora mismo ya lo esté haciendo. La diferencia entre ambas comunidades se ha ido reduciendo los últimos diez años y ya no vale echar las culpas al «efecto capital», sino a un dinamismo económico y cultural de mejor calidad en Madrid que en Cataluña.

La economía madrileña da muestras de una mayor solidez mientras que la catalana es más volátil. Crece más la madrileña, y crece mejor, porque su productividad es más alta (un 15 % más alta) y la renta se reparte mejor entre la población. Tras superar la gran crisis, los madrileños han recuperado y superado los niveles de renta disponible del año 2000 en más de un 5 % de media. La renta de los catalanes, en cambio, es todavía un 2 % más baja que la del año 2000. El crecimiento de la economía catalana (cito) «no se ha traducido en una mejora del bienestar de las personas».

¿Por qué? Porque uno recoge lo que siembra y ¿cuántos años llevamos atados a una política provinciana y corta de miras, que ha culminado en el estúpido «procés» y un desgobierno crónico?

Mientras los municipios de la corona de Madrid se unificaban con el de la capital y hacían posible una verdadera gestión metropolitana, aquí se hizo lo posible y lo imposible para impedirlo. Era entonces y sigue siendo evidente la necesidad de una autoridad metropolitana efectiva, una Gran Barcelona, no una región metropolitana desmigajada. Si la metrópoli no tira del carro, la comunidad no tirará por ella. En Madrid, bien o mal, tira. En Cataluña, preferimos fomentar la ratafía. ¡Así nos va!

Durante el tardofranquismo y la primera Transición, Barcelona era el referente cultural de toda España. El nacimiento de Òmnium Cultural y Banca Catalana tuvo mucho que ver con la imagen amenazadora de una Barcelona plural y cosmopolita. Una determinada burguesía, hecha de Pujol, Millet y compañía, la consideraba peligrosa para sus intereses. Con la «identidad nacional» por bandera, quien cortaba el bacalao ensalzó el folklore campestre y saboteó lo que pudo la disidencia urbana, mientras tejía una red clientelar y de cobro de comisiones que hizo de Cataluña un cortijo. Hoy sufrimos las consecuencias: un clima cultural lamentablemente soso, gazmoño y cursi, que va de mal en peor. No sucede lo mismo en Madrid, que está a la cabeza en ofertas culturales de todo tipo.

Lean, lean: Los seis principales museos de Barcelona recibieron el año pasado 3,7 millones de visitantes; los cuatro principales de Madrid, 8,2 millones. Cierto que juegan en otra división, con el Prado, el Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza..., pero es que el museo más visitado de Cataluña es el Museo del F.C. Barcelona, manda huevos. Pero el dato más alarmante es que sólo un 18 % de los visitantes de los museos de Barcelona son barceloneses; mientras que más del 37 % de los visitantes de los museos de Madrid son madrileños. Éste es el resultado de tantos años de tanta tontería. ¿Qué futuro nos espera?

Cuando voten, si no han votado ya, piensen en lo que van a hacer. ¿Ya les está bien así? ¿Prefieren seguir con la boina... perdón, con la barretina? No sé ustedes, pero yo iría soltando lastre, porque el globo en el que viajamos ha pinchado.