"Volveré a peinarme con moño, porque es el peinado que más le gusta a mi marido, y usted debe comprender que yo debo respetar los gustos de mi esposo", aclaraba Marta Ferrusola en 1983 durante una fiesta en su honor -con desfile de moda, joyas y peletería incluido- en el Hotel Ritz en la que le hicieron entrega de la medalla al mérito empresarial. Las crónicas del acto de aquel día coincidieron todas en destacar el asombroso cambio de look capilar de la primera dama: "la señora Ferrusola dejó esta vez el moño y lució un cabello recortado y muy bien peinado que cambia totalmente su aspecto".

El pelo largo siempre ha sido un atributo importante y legendario de la feminidad. Para los victorianos, la cabellera era "la suprema hermosura de la mujer". Como signo tradicional de sexualidad, las mujeres casadas, en vez de cortárselo, se deshacían de la toca y los bucles sólo en la intimidad de la alcoba. Por lo tanto, en semiótica, soltarse la melena (deshinibirse) no es lo mismo que someterse a un recogido bajo diario durante décadas, clavándose horquillas en el cráneo y fumigándose con litros de laca. Quién sabe si los convergentes que aclamaban a Marta Ferrusola con la célebre "això és una dona" incluían en su imaginario de fémina perfecta el sempiterno peinado de la esposa del ya hoy no honorable president. Porque más que un autocastigo por pecadora o la expresión estética de una personalidad conservadora y espartana; el moño, no el moño colmena de diva de Amy Winehouse sino el estricto y tirante de perfecta institutriz, imprime carácter pero descubre una actitud reprimida, acomplejada o frustrada (por lo menos, a la luz del día).

"Quan me'l vaig tallar em vaig alliberar. Em vaig alliberar del tot", le reconoció la propia Ferrusola a Albert Om en el programa El Convidat.  Educada con las monjas concepcionistas y teniendo la Biblia como libro de cabecera, la que se hacía llamar “madre superiora” para gestionar millones ha procurado disimular la avaricia y falta de moral con el dominio de su cabello (instintos) y una vida aparentemente parca y austera. Sin embargo, hubo una excepción en su trayectoria capilar casualmente coincidente en el tiempo a cuando se empezó a rumorear que Jordi Pujol podía tener una amante. Y no sería verdad el affair, pero tras desmentir que su marido tuviera otra relación extramatrimonial que no fuera con Catalunya, y tal como señaló la periodista Pilar Eyre, la primera dama "se cortó el pelo, se hizo mechas, se puso pantalones y acompañó a su marido a todas partes".