Barcelona siempre ha sido una ciudad potente, con la sensibilidad de ser una gran urbe. En 1860, como consecuencia del derribo de las antiguas murallas medievales y con la necesidad de crecer y expandir lo que sería la nueva ciudad, se redactó el proyecto de reforma y ensanche de la ciudad de Barcelona. Un proyecto ideado por Ildelfons Cerdà que entendía la organización del territorio, bajo la perspectiva de una trama geométrica que dibujaba un concepto de ensanche ilimitado. Sin embargo, el proyecto adolecía de tener poca integración con las tramas urbanas de las villas periféricas. Una realidad que venía dada por la existencia de las poblaciones limítrofes, que conjuntamente con las características topográficas, condicionó el futuro crecimiento de la ciudad. Barcelona como tal, se vio inmersa, al igual que otros grandes ciudades, en establecer un Área Metropolitana como una entidad de territorio local que abarcara más espacio del que era propiamente la ciudad. La aparición de las áreas metropolitanas en diversas ciudades del mundo, fue una consecuencia de la evolución y del crecimiento de las mismas, y representaba un concepto de una nueva ciudad, con ventajas económicas y sociales.

Para entenderlo mejor, hasta la Real Academia de Lengua Española define las áreas metropolitanas como unidades territoriales que están dominadas por una gran ciudad y en cuyo entorno se integran otros núcleos de población, conformando de esta manera una unidad funcional más amplia. Un concepto territorial que aparece por primera vez en Norteamérica por los años 1950 y que recogía lo que vendría en llamarse la Zona Metropolitana. Esta necesidad de construir nuevas organizaciones territoriales más extensas llevó a muchas ciudades también europeas a su implantación. Es el caso de Londres, con más de 30 distritos anexionados. Lyon que integra a más de 50 poblaciones, Stuttgart con más de 170 municipios, todo ello fruto de la propia evolución urbana. En muchos casos con competencias en transporte, planificación, medio ambiente, cultura, sanidad, policía y servicios de emergencia, y todo bajo un punto de vista de una integración territorial conjunta.

En el año 1966 se promulga una ley especial para Barcelona, reconociendo algunas singularidades de la ciudad. En esta misma época, Madrid anexiona los municipios de su periferia, mientras que Barcelona sigue manteniendo su ciudad central sin la anexión de los municipios limítrofes. Esto da como resultado una diferencia poblacional entre ambas ciudades, mientras que Madrid posee del orden de más de 3,3 millones de habitantes, Barcelona está en 1,6 millones y con 36 municipios periféricos en un territorio de 600 kilómetros cuadrados. La Corporación Metropolitana desapareció en el año 1987, durante la formación del estado de las autonomías. Un área metropolitana de más de 3 millones de habitantes, que podía haber provocado según el expresident de la Generalitat Jordi Pujol un desequilibrio político, y que entendía como un contrapoder. Actualmente esto supondría una gran metrópoli con el 65% del PIB de Cataluña.

Lógicamente a nadie se le escapa que estamos por la suma de intereses, y es en este aspecto que se hace necesario un gobierno metropolitano que asegure la gobernabilidad del territorio de una forma muy próxima al ciudadano y que optimice cualquier tipo de duplicidades en la gestión y la gobernanza. Parece ser que los diferentes municipios que se integran en el Área Metropolitana de Barcelona tendrían que formar parte del Consejo Metropolitano, a modo de mesa de dialogo, en la que poder tomar decisiones de una forma global y conjunta. Un modelo participativo como el histórico Consell de Cent. Una forma de gobierno en la que los acuerdos se concreten de forma consensuada, y en lo que los intereses partidistas de cada municipio estén sujetos a un bien común. En definitiva una ardua tarea de negociación, pero sin embargo, posible.  

Carlo Maria Cipolla, un historiador y economista Italiano, en su libro "Allegro Man Non Troppo”, definía a cierto tipo de personajes que se dan entre las partes de cualquier tipo de negociación. Uno de estos perfiles negociadores, que se describen en el libro, venía dado por aquel que con tal de que pierda la parte contraria, él está dispuesto a perder. La idea de prefiero perder si tú pierdes, representa una perversión insalvable en cualquier negociación. Desgraciadamente, en ocasiones lo estamos viendo en política, y de manera desafortunada lleva a no entender lo que representan los beneficios que comporta un objetivo común. Mirar más allá de lo que pueda ser interpretado como la inmediatez del momento y los intereses puntuales, obliga a llegar a los acuerdos necesarios en aras de un bien colectivo, y esto indudablemente conlleva a algún tipo de cesión. Y esto precisamente es lo que se llama negociación.

La necesidad de configurar un Área Metropolitana potente pasa por que los municipios afectados tengan la sensibilidad suficiente para encontrar un compromiso que establezca un sistema de convivencia, limando los posibles desacuerdos. Una asignatura pendiente y al mismo tiempo una responsabilidad colectiva, en aras de dibujar una gran metrópolis que acabe estableciendo un futuro de gobernabilidad que esta gran ciudad necesita. Porque en un futuro no muy lejano, no nos podremos permitir otro escenario.