La misma semana en que una encuesta nos informaba de que la principal preocupación de los barceloneses era la inseguridad ciudadana y en que una mujer, alto cargo del gobierno surcoreano, moría tras sufrir un robo por tirón del bolso que llevaba y caerse al suelo de cabeza -nota para Chis Torra: la próxima embajada, casi mejor que no la abras en Seúl-, la administración Colau obraba en consecuencia y publicaba un opúsculo de consejos para la nueva urbanidad. Obra maestra de la corrección política, la publicación en cuestión se dedica a enseñarnos cómo debemos hablar entre nosotros para no ofender a nadie. El fenómeno PC tuvo unos comienzos loables -se trataba de acabar con la costumbre de usar términos humillantes como si fuesen de lo más normal-, pero rápidamente degeneró hacia una especie de policía del pensamiento que cada día detectaba nuevos términos ofensivos, incluso donde no los había. En ese sentido, la guía municipal de términos inclusivos se lleva la palma.

No sé si al ciego hay que llamarle “persona de aguda visión interior” o al cojo “persona de movilidad alternativa y a menudo precaria” -dos ejemplos que me acabo de inventar-, pero sí se nos dice que hay que dejar de utilizar expresiones como “ir al chino”, “ir al paki” y cualquier otra que, aparentemente, menosprecie a alguna comunidad o etnia. La cosa va en la línea de esas informaciones de TV3 en las que una violación ha sido llevada a cabo por alguien del que no se especifica su procedencia, como si decir que ha sido un menor magrebí fuese un insulto a la totalidad del mundo árabe. “Ir al chino” o “ir al paki” no tienen nada de ofensivo y permiten a tu interlocutor saber exactamente a donde vas. Por el contrario, frases como “me voy al chino cabrón” o “me acerco un momento al paki de mierda” sí merecen nuestra censura. Pero “ir al chino” o “ir al paki” es una simple información descriptiva. Puede que paki sea un término despectivo en Gran Bretaña, pero aquí no lo ha sido nunca, como tampoco lo es referirse al pakistaní de la esquina como “el badulaque” (en París, los pioneros de ese tipo de tiendas fueron los magrebíes, y a nadie le parecía ofensiva la expresión “chez l´arabe”), tierno homenaje a la figura de Apu, el tendero de los Simpson.

Ya sabemos que Ada Colau se lleva mejor con la policía del idioma que con la Guardia Urbana, cuya labor ha saboteado a conciencia durante su primer mandato, pero también sabemos que se podría meter sus consejitos inclusivos por donde le quepan. Dudo que la inseguridad barcelonesa se solucione con frases como “voy a la tienda del emprendedor ciudadano oriental” o “voy a comprar unas samosas en la tienda del representante más cercano a mi hogar de una cultura milenaria”. Ni se puede ir tildando de “puta” y de “maricón” a la gente que te cruzas por la calle ni hace falta cogérsela con papel de fumar a la hora de decir dónde piensas hacerte con unas birras y una bolsa de patatas fritas. Ni tanto ni tan calvo. Perdón, ni tanto ni tan desprovisto de cabello en la cabeza.