Si la gente no sabe ni leer ni escribir ni echar las cuentas, mal vamos. Digo esto porque estos últimos días las instituciones públicas han dado sobradas muestras de una formación deficiente en letras y números. Me limitaré a poner dos ejemplos que serán como el chocolate del loro, pero que no dejan de tener su qué.

No me salen las cuentas cuando las autoridades cuentan manifestantes. Sé que ésta es una batalla perdida, bien lo sé, y predicar que nunca ha llegado a manifestarse un millón de personas todas juntas en un mismo sitio en Barcelona es echarse al monte. Ni visitas del Santo Padre, ni huelgas generales, ni la Champions, ni nada. Pero las diades a la coreana y de uniforme pusieron de moda hablar de millones, y no. Predico en el desierto y no convenceré a nadie, pero ofreceré algunos datos sobre la última manifestación de la Diada y ustedes mismos.

Ocupó, en su momento álgido, unos 20.000 metros cuadrados. No fue una concentración estática, sino una que caminaba, y para caminar, les recuerdo, se necesita espacio para mover los pies. La cifra dada por la organización equivale a una media de 20 manifestantes por metro cuadrado, cifra que habla por sí sola; la que dio la Guardia Urbana, a cinco por metro cuadrado.

No se confundan: si dibujamos un metro cuadrado en el suelo y ponemos un manifestante en el centro y uno en cada esquina no tendremos cinco manifestantes por metro cuadrado, sino dos, porque cada esquina suma un cuarto de manifestante. Hagan el dibujo. Si los cinco estuvieran de verdad dentro del metro cuadrado (dibújenlo otra vez), apreciarían enseguida la diferencia. Lástima que ya no queden cabinas telefónicas, porque eran ideales para ilustrar este asunto, aunque tenemos todavía platos de ducha en los que intentar apretar a cinco personas.

Lo cierto es que fue mucha gente. Decir "mucha" o "poca" gente es relativo, pero es lo que hay. Otra apreciación cualitativa es que en otras diades la gente del Pueblo Elegido se manifestaba con la alegría de pedir un helado de postre creyendo que iban a traérselo, y sin pagar la cuenta, mientras que ahora exhibían resquemor, después de verse sin postre y pagando la ronda. El fantasma del resentimiento flotaba en el ambiente y como, a falta de pan, buenas son tortas, se acusaban entre ellos de traiciones y cobardías, un deporte muy hispano.

Quiero creer que contribuyó al desencanto una coma sobrante, aunque me da que no iba por ahí. ¿Qué coma sobrante? Les cuento: el cartel oficial de la Diada de este año llevaba una coma entre sujeto y predicado, y más cosas. A imitación de los productos de Mr. Wonderful o de un libro ñoño de autoayuda, la ilustración era de un cursi-hortera más allá de lo prudente. Aparecía el famoso violonchelista Pau Casals sujetando un ficus entre sus manos y por aquello del Cant dels Ocells tenía un pajarito cantor posado en su mano, y sabemos lo de cantor porque los ilustradores le pusieron una nota musical cerca del pico. Ni en Bambi se atrevieron a tanto. Por otro lado, mejor que no lo hubieran puesto, porque el Cant dels Ocells se ha convertido en la música de moda en los funerales.

Protagoniza la imagen un lema escrito con grandes letras y una coma de más, éste: Som fulles d’un mateix arbre, i l’arbre [,] és la humanitat. He puesto la coma entre corchetes para que se vea. ¿Por cuántas manos pasó el cartel, por cuántas mesas? ¿Cuántos ojos lo revisaron y le dieron el visto bueno? En la agencia de publicidad, en el mismo gobierno. ¿Nadie fijó su atención en la coma de marras? Apostaría lo que fuera que alguno mandó añadirla, fíjense qué les digo.

Saltó la liebre en las redes sociales. Hubo pitorreo y también cabreo. Cuando llegó el día de la Diada, el cartel se publicó en los papeles, ya sin la maldita coma. No se le ha dado mucha publicidad al asunto porque, además, el cartel de la Mercè de este año le da mil vueltas al de la Diada y eso ya fue echar sal sobre la herida.

Contar gente, una coma… Qué tonterías, me dirán. Pues sí. Pero si ése es el cuidado que ponen en lo que les pone, qué no harán si un día se les ocurre que tienen que ponerse a gobernar, que no les pone nada.