Barcelona necesitará de un pacto, entre dos o más formaciones políticas, para su gobernabilidad. El resultado de la última encuesta de Centre d'Estudis Sociològics para Metrópoli Abierta augura una victoria de Ernest Maragall, que obtendría 11 concejales. Ada Colau, con 9, se posiciona como la segunda opción más votada en un ayuntamiento que escogerá a sus 41 representantes.

El control de la Ciudad Condal es decisivo en tiempos de gran inestabilidad y crispación política. Barcelona es quien más sufre las consecuencias del proceso secesionista, pero también puede ser la solución. La clave para su distensión. Las fuerzas independentistas podrían sumar 20 concejales de 41 posibles. Los partidos de izquierda, en cambio, refuerzan su poder. Entre ERC, comuns, PSC y la CUP obtienen 30 concejales, aunque pocas similitudes hay entre los socialistas y los cupaires.

El voto españolista conservador está muy fraccionado, como revela el estudio sociológico. La plataforma de Manuel Valls podría obtener los mismos resultados que Carina Mejías (líder de Ciutadans en Barcelona) y el PP podría quedarse fuera del consistorio por primera vez, por escaso margen. El fenómeno Vox no prende con fuerza en la capital catalana, pero los votos a la extrema derecha pasan factura a Josep Bou, el candidato independiente del PP.

Falta por ver el impacto que las elecciones generales (28 de abril) tendrán en Barcelona. Una posible victoria de Pedro Sánchez beneficiaría las expectativas de Jaume Collboni, que ya mejora los resultados de 2015 y puede ser clave para la gobernabilidad de la ciudad. En Ciudadanos también confían que Valls mejore sus resultados con una campaña activa de Inés Arrimadas, ganadora de las elecciones autonómicas de hace 15 meses.

La recuperación del PSC, que en las últimas semanas ha obtenido apoyos significativos, perjudica a Valls y, por supuesto, a Colau. Una gran parte del tradicional voto socialista viró hacia Barcelona en Comú, pero el escenario actual es muy diferente al de 2015. La izquierda moderada parece recuperar su protagonismo en detrimento de la izquierda radical.

Después de cuatro años de populismo de Colau, Barcelona necesita un cambio. Los partidos de la oposición, con la excepción de la CUP, coinciden, con matices, en su diagnóstico: más seguridad, más firmeza contra los manteros, nuevas políticas de vivienda, tender nuevos puentes con la clase empresarial, etcétera.

Barcelona, hoy, está mucho peor que hace cuatro años. La ciudad no necesita políticas rupturistas sino una gestión seria que priorice las necesidades globales a los intereses partidistas. Precisa más política y menos dogmatismo. Más acuerdos globales y menos gesticulación.