La solución de Ada Colau a la tristeza de muchas personas ancianas que pasarán solas estas dudosas fiestas ha sido ofrecerles que adopten un gato. Su respuesta después de la muerte de un motorista al golpear contra uno de aquellos bloques de hormigón que se negó a poner para evitar atentados islamistas ha sido culpar al joven fallecido, a los vehículos a motor y a la prensa que pregunta demasiado. Y a falta de razones, únicamente su desfachatez y su desprecio a los medios de comunicación que no comen de su mano, cada vez más sucia, siniestra, llena de dedazos turbios, negocios bajo sospecha, y cadáveres por causas violentas derivadas de la inseguridad, la delincuencia, el tráfico de drogas y una circulación cada vez más peligrosa.

Ante semejante balance de resultados, Lluís Regàs y otros colegas han comprobado y escrito que Colau odia a la prensa libre, y especialmente a este medio. No se equivocaron, aunque o se quedaron cortos o han sido más que elegantes. Porque la ya anticuada okupa y antisistema resentida tiene fobias cada vez más obsesivas y patológicas no sólo a la prensa, sino a la libertad de todo lo que no se ajuste a lo que ella piensa y a su totalitarismo. Rodeada de coches oficiales de alta gama mal aparcados en la sede su partido, afloran ya sus contradicciones de adolescencia y juventud, su menos que escasa formación, su limitada capacidad intelectual y su entonces difícil asunción de la propia identidad de género.

Si a semejante perfil de aspirante a pequeñoburguesa se suman otros factores como sus mentores, sus manipuladores, sus aduladoras y sus gentes económicamente mantenidas a través del observatorio Desc y otros chiringos, su gestualidad y sus discursos recuerdan cada vez más a una deformación del tirano banderas de Valle Inclán, del señor presidente de Miguel Ángel Asturias, del patriarca de García Márquez, del supremo de Roa Bastos, del primer magistrado de Alejo Carpentier y del chivo de Vargas Llosa. Todos dictadores de la peor incultura sudamericana por la que Ada paseó pagando los contribuyentes. Todos predecesores lo que ahora serpentea entre Cuba, Venezuela y Galapagar.

En su constante escalada de falsedad, impostura y cinismo, Colau ofrece gatos a los ancianos sin preguntarse quién les sacará los excrementos de casa, quién les limpiará de pelos sus ropas y sofás, quién pagará el pienso ni quién comprobará que no propaguen garrapatas como las de los galapagares. Y cuando muera alguien más a causa de sus muros de hormigón, la culpa será de los muertos, que no tendrán derecho a una cifra luminosa como la que puso en la playa para recordar a los ahogados en el Mediterráneo que prometía acoger en chabolas inhumanas. Con estas actuaciones, la frustrada actriz Ada desea parecerse lo más posible a la ambiciosa y oportunista Elizabeth Taylor en la película La gata sobre el tejado de zinc. Aunque gatos y gatas no tengan la culpa de nada y sin embargo sean el animal favorito de las brujas malas.