Gala Pin (Valencia, 1981) fue concejal de Ciutat Vella entre 2015 y 2019. Cuando se cansó del cargo, su amiga Ada Colau, a la que conoció cuando se apuntó al movimiento anti hipotecario, la colocó en una extraña comisión de control de consultas no refrendarias (o algo parecido, la verdad es que nadie sabe muy bien en qué consiste la cosa, más allá de pillar una pasta a fin de mes), donde no sé si sigue a día de hoy o si ha encontrado otro destino en el que ejercer su oficio habitual, el de activista, así, en general, que cada día se parece más a los de influencer, youtuber o tiktoker. El citado ente estaba reservado, en principio, a juristas de prestigio, pero con Gala se hizo una excepción, ya que, al igual que su amiga Ada, tampoco acabó la carrera porque el activismo se impuso al farragoso estudio de la filosofía.

Llevábamos tiempo sin saber gran cosa de Gala Pin hasta hace unos pocos días, cuando se descolgó en las redes con un comentario en el que tildaba a Jaume Collboni de tonto de remate (y aprovechaba para urgir a su amiga Ada a que se librara cuanto antes de sus molestos socios en el gobierno municipal). Collboni no ha respondido al ataque, aunque no es del todo descartable que la expresión tonta del bote le haya pasado por la cabeza. Ha hecho bien. Gala se ha retratado con su exabrupto y lo más elegante en este caso es ignorarlo. De todos modos, se hubiese agradecido un poco más de sutileza por parte de la activista profesional (por no hablar de que en política reina el lema Perro no muerde a perro, fundamental en un colectivo en el que los insultos suelen llegar de fuera, del pueblo que soporta a los profesionales de la cosa pública). Valga como ejemplo el viperino Alfonso Guerra, experto en insultar haciendo como que no insultaba, del que aún recuerdo su ofensiva frase contra un político que le caía mal (puede que fuese Manuel Fraga, pero no estoy seguro): “Yo a este señor no le voy a llamar boquirroto para no romper la cortesía parlamentaria”. Brillante, ¿no? Al decir que no llamaba boquirroto a su adversario, ya lo había tildado de tal. En comparación con semejante muestra de ingenio faltón, lo de decir que Collboni es tonto de remate resulta, por lo menos, primitivo y carente de la más elemental sutileza.

Jaume Collboni no es Winston Churchill, pero Gala Pin tampoco es precisamente una lumbrera de la política. Poca cosa se recuerda de su paso por la concejalía de Ciutat Vella, más allá de su oposición a todo en general y al hotel W en particular. Para tildar de tonto de remate a un adversario político hace falta cierta altura moral de la que la señora Pin carece, aunque se trate, eso sí, de una actitud muy común entre los comunes (valga la redundancia), colectivo formado principalmente por ineptos sobrados y perdonavidas (pensemos en Janet Sanz o en el catastrófico Eloi Badia) que parecen empeñados en salvarnos de nosotros mismos (siguiendo así los pasos de personajes como Jordi Pujol o el general Franco, con los que, en teoría, nada tienen que ver). El insulto suele ocultar una preocupante falta de argumentos y requiere, puestos a recurrir a él, cierto ingenio (como demostró sobradamente el señor Guerra a lo largo de su carrera política). El desprecio y la mala baba, a secas, no llevan a ninguna parte, pero me temo que es todo lo que se les puede pedir a nuestros activistas, cuya ciencia infusa les ha eximido siempre de abrir un libro. ¿Y para qué lo iban a abrir si en Barcelona se puede llegar a controlar el ayuntamiento sin saber hacer la o con un canuto?