Ada Colau ha sido cazada de nuevo pasando de las instrucciones de las autoridades sanitarias. No es la primera vez que la familia Alemany-Colau hace caso omiso a las recomendaciones de la Generalitat: su marido fue pillado in fraganti en julio pasado con los dos hijos de la pareja huyendo de la ciudad, pese a las recomendaciones en sentido contrario del Govern y del propio consistorio. Ahora han sido todos ellos los que han sido vistos en Sant Iscle del Colltort (La Garrotxa) forzando el confinamiento municipal que se había anunciado el día 4 de enero y que entraba el vigor el 7 en toda Cataluña.

No es exactamente un incumplimiento de la ley. Tampoco parece que esa reiteración de incivismo merezca una petición de dimisión, como han dicho algunos exagerados. Aunque la alcaldesa deja patente que no se aplica a si misma lo que si considera aplicable a los demás. Y solo admite el doble rasero de su conducta cuando la sorprenden en la trampa. Se podrá poner muy estupenda y recurrir, como siempre hace, a calificar de derechas, ultraderechas, rancios, fachas y demás a quienes le afean esa conducta. Pero, ¿qué sentido tiene atravesar medio país para pasar las vacaciones de Navidad cuando se recomienda a los catalanes que solo se muevan si es imprescindible? No fueron esos medios que tanto molestan a Colau y a sus monaguillos los que levantaron la liebre, sino los vecinos del pueblo, incómodos por la presencia del séquito de la primera dama.

Con actitudes como ésta, ¿quién se puede quejar después de que los ciudadanos desconfíen de los políticos? La vieja ley del embudo aplicada nada menos que por quienes supuestamente venían a regenerar la vida pública y a acabar con las castas.

La alcaldesa se ha defendido en las redes sociales asegurando que no rompió nada, que su familia ya estaba fuera y que ella fue a su encuentro –una de las excepciones previstas–, dando a entender que regresó a Barcelona el mismo día 6. Los lugareños, no obstante, dicen que sus escoltas tuvieron problemas a causa de la nieve el día 10, o sea el domingo siguiente.

Pero lo más llamativo de su alegato no es la picaresca de dejar en el aire el día de vuelta –y el de todo su cortejo–, y por tanto si es verdad o mentira que solo fue a recoger a los niños, sino el interés que puso en su tuit por aclarar que la casa rural donde pasaban las navidades era de alquiler, algo absolutamente innecesario: todas las casas rurales son de alquiler porque, de lo contrario, son masías o casas particulares. A Colau le interesa sobre todo dejar constancia de que no es propietaria, que no es una burguesa. Así de consistente es la forma de ver el mundo de quien dirige los destinos de Barcelona. No tiene automóvil, no conduce, pero la llevan a todas partes y a cargo del erario. Tampoco tiene vivienda propia en Barcelona, está de alquiler; y mucho menos segunda residencia, que también la alquila, como acaba de recordar en Twitter.

Es difícil saber qué es más frívolo, si que la alcaldesa juegue a saltarse a la torera las recomendaciones anti-covid o que divida el mundo entre quienes son propietarios de inmuebles y los que no; entre los malos y los buenos.