Joaquim Forn quiere ser alcalde de Barcelona. O no.

Aunque en este país no hay libertad de expresión, la pasada semana Forn hizo pública una carta en la que anunciaba su voluntad de optar a la alcaldía de Barcelona encabezando la lista de algún partido. ¿Cuál? Ya se verá. Eso pasaba a primera hora de la mañana y poco después, como seguía sin haber libertad de expresión, Forn fue entrevistado por una emisora (pública, por supuesto) y explicó que, aunque su voluntad era firme porque se lo pedía la historia, si ERC se avenía a pactar, no tendría inconveniente en aceptar que el cabeza de lista fuera Ernest Maragall. La historia seguro que lo entendía. Así, su lista no quedaría por detrás de la de los republicanos. Esto último no lo dijo. Hubiera quedado feo.

Forn (cuyos valores son conocidos en exclusiva por Artur Mas y periodistas subvencionados) practica la política de la margarita: la desoja y así decide si sí o si no o si todo lo contrario. Y es que se trata del mismo Forn que, tras ser detenido, declaró metafísicamente al juez que él no había hecho nada y que no pensaba reincidir ni en la nada ni en el ser. Y para que quedara claro le anunciaba su decisión de no ocupar en adelante ningún cargo de responsabilidad política, como pudiera ser la alcaldía de Barcelona.

¿Cuál es la verdad? Ni se sabe ni tampoco importa. Estos son tiempos de las llamadas “fake news” (noticias falsas). Hay quien ha propuesto que esa expresión inglesa se traduzca por mentira o por bulo. Pero no. Las mentiras son aquellas cosas que dice alguien y que no se ajustan a la realidad. El que miente puede hacerlo por ignorancia o con voluntad de engaño. Lo mismo el que pone un bulo un circulación. En ambos casos, el receptor de la información puede ser engañado. Lo característico de las “fake” es que quien recibe la información está encantado de creérsela, a condición de que coincida con lo que él mismo piensa. Sólo la rechazará si cuestiona sus propias opiniones. Trump es el gran maestro, pero el independentismo catalán ha resultado discípulo aventajado.

Lo último de Forn entra en el catálogo de “fake”. No importa si quiere ser alcalde o no, no importa si quiere encabezar la lista o no, no importa si renuncia a cargos de responsabilidad o no. Importa ponerlo en circulación y que ruede.

Sin contar con la CUP, que se autoexcluye sola, hay dos bloques independentistas: el de ERC y el vinculado al 3%. Éste tiene varios candidatos a la alcaldía de Barcelona. Está Forn, exigido por la historia; está Neus Munté, que ganó unas primarias del Pdecat; está Ferran Mascarell, quien se apunta a un bombardeo; está Jordi Graupera, que también ganó las primarias del rellano de su casa. Y está Elsa Artadi, que acepta ir de segunda para ser primera si Forn es inhabilitado.

Elsa Artadi tiene el aval de Puigdemont tan respetuoso con los procedimientos democráticos que quiere que la que ganó las primarias vaya de número cuatro o más abajo, a ver si hay suerte y no sale. Artadi cree que ya no hay ni derechas ni izquierdas. Sólo patrias a la carta. Para ella gobernar no tiene que ver con la redistribución de la riqueza ni con garantizar derecho alguno. No se le conocen otros méritos que haber organizado la lotería de la Generalitat: esa que no se agota y que se publicita con un cabezudo que recuerda a Pilar Rahola. Eso sí, es fiel al huido, lo que resulta más que suficiente. Si Forn ha hecho carrera siendo el chico de los recados de Mas, ella puede hacer lo mismo a rebufo de Waterloo.

Forn y la historia ya lo han entendido. O no.