Ante su probada ineptitud con todo lo relacionado con el orden público, Ada Colau -a la fuerza ahorcan- le ha pasado el muerto a los socialistas, que se les da mejor lo de reprimir al populacho, como demostraron recientemente con su apoyo a ese 155 impuesto a sangre y fuego en la catalana tierra por las tenebrosas fuerzas de ocupación del malvado estado español. El nuevo responsable de que Barcelona no se venga abajo es Albert Batlle, un hombre con experiencia en el asunto, pero que no lo va a tener fácil dada nuestra enorme concentración por metro cuadrado de llepafils seudo humanistas, siempre dispuestos a poner el grito en el cielo ante el menor abuso, real o inventado, de las fuerzas del orden.

Espera y verás, que dicen los anglosajones. De momento, nadie ha dicho nada de la redada de manteros del otro día en la plaza de Cataluña. Pero ha bastado con que Batlle dijese que algo habrá que hacer con los MENAS para que algunas almas nobles de las que tanto abundan en nuestra ciudad se escandalizaran. La idea de Batlle de devolverlos a sus familias no me parece descabellada, como su teoría de que, por horrendas y disfuncionales que éstas sean, los chavales siempre estarán mejor con ellas que durmiendo en las calles de una ciudad desconocida cuyos idiomas no hablan. Creo que Batlle debería mover el asunto a nivel nacional, involucrar al estado en el tema y que éste llegue a algún tipo de acuerdo con las autoridades magrebíes correspondientes. Un problema en Barcelona es -o debería ser- un problema en toda España, de la misma manera que las pateras que llegan a Lampedusa son un problema europeo y no estrictamente italiano.

Barcelona es una ciudad a la que le sientan muy mal las altas temperaturas. En invierno puede pasar -con un poco de imaginación- por una gran capital europea; pero en verano, el calor, la humedad, la sudorina y los excesos de propios y extraños la convierten en una especie de versión cutre de Nápoles, que ya es decir. Algunas cosas solo pasan durante el verano barcelonés: el ladrón roba igual en invierno que en verano, pero solo en plena canícula se le ocurre a alguien ponerse a follar en plena calle de la Barceloneta o acudir en pelotas al badulaque más cercano en busca de cervezas. La metrópoli europea del invierno se convierte en verano en un sindiós que la actitud buenista de la administración Colau no ha contribuido a mejorar. Concedámosle, pues, cierta confianza al field commander Batlle y, sobre todo, intentemos no ponerle palos en las ruedas. Y, por favor, basta de simplezas extremistas: los MENAS no son ni unos ángeles ni una brigada de violadores, solo unos pobres desgraciados -entre los que habrá de todo- que merecían unas familias mejores y un país de origen más eficaz y menos corrupto. No quisiera estar en los zapatos del señor Batlle, pero, como dicen los anglos, es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo.