Quién nos ha visto y quién nos ve. Hace un año empezó la pandemia y Barcelona no es ni sombra de lo que era. Ahora es una ciudad triste, vacía. Sin gente en las terrazas, ese enemigo a batir por parte de la alcaldesa, que son la esencia de una ciudad mediterránea y cosmopolita. No tenemos turistas. "¡Qué gran victoria!", dirán algunos insensatos. Esos que no viajan nunca y que si lo hacen no ven más allá de su ombligo. Los comercios han bajado la persiana. La Feria, otrora nido de conflictos y de éxitos, languidece con la esperanza de que esto mejore en breve. De momento, el primer semestre ha saltado por la borda. Para los catastrofistas el problema no solo es en España, sino en el mundo. Los taxistas a duras penas llegan a recaudar 50 euros al día. Las paradas, antes siempre semivacías, ahora rebosan con esperas de horas. En el aeropuerto y el puerto de la ciudad la actividad sigue bajo mínimos. Los cruceros simplemente no existen.

Las caravanas de coches casi han desaparecido. No por la política del Ayuntamiento, sino porque muchos ciudadanos siguen teletrabajando. Las vías anuladas de la ciudad provocarán el caos cuando empiece la normalidad. Bienvenido ese caos, por dos cosas. La primera, porque habremos vuelto a lo cotidiano. Y la segunda, porque veremos como lo que ha hecho este consistorio con nocturnidad y alevosía es simplemente el fiasco de los mediocres. En esta pandemia se ha echado el cerrojazo a centenares de empresas con Nissan como gran ejemplo. De la fábrica de baterías de Seat e Iberdrola no sabemos nada. Aún está por ver si el Ayuntamiento ofrece terrenos o pone facilidades. ¿Para qué? Si queremos acabar con el coche, sea de combustión o eléctrico.

Parece mentira que, con la que está cayendo, el gran debate municipal sean las superillas. Bueno, la congelación de licencias, no vaya a ser que algún osado intente poner un negocio en esas calles que solo se quieren para pasear. Ciertamente, hay que luchar contra la contaminación y hacer las ciudades más agradables, pero bloquearlas no es la manera.

Solo hay una cosa que sigue ahí. Nos costará un congo, pero ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá. No se animen, es el nudo de las Glòries. El embudo de mañana, tarde y noche, sigue vivo mientras sus alrededores languidecen. Toda la ciudad languidece. ¡Y el debate es la superilla!

Un último apunte en esta crónica de una persona que está anonadada, de cómo todo va a peor y la muy demócrata alcaldesa, muy feminista, muy de izquierdas, muy defensora de Hasel, muy revolucionaria, ha sido condenada por acosar a un medio de comunicación, Crónica Global. El delito de este medio ha sido contar la verdad sobre la inseguridad en el verano de 2019. Colau, que siempre quiere ser la novia en la boda y el muerto en el entierro, se escandalizó por las fake news que publicaba Crónica. Ahora sabemos que los que nos tenemos que escandalizar somos los ciudadanos. No eran fake news, era la inseguridad de una ciudad que en aquel momento iba como un tiro. Ahora, en muchas tiendas no hay qué robar. Tenemos un gran problema. Los mediocres siguen ahí. Saben mucho de superillas. No tienen ni idea de nada más. El gobierno de Ada Colau, créanme, daría para una serie. Su título, el de este artículo.