Podemos afirmar que nuestra historia común, tal cual la entendemos hoy, nace en 1512 con la integración del Reino de Navarra que realiza Fernando II de Aragón (“el católico”), habiendo ya fallecido la reina Isabel de Castilla. Aunque todos solemos tener en mente la fecha cave de 1.492, momento crucial por la toma del Reino de Granada, y finalización de la reconquista, y el descubrimiento de América; como fechas fundacionales y míticas de nuestra historia.

La composición de España como estado y nación mediante la integración del conjunto de reinos bajo los Reyes Católicos, el impacto del Descubrimiento y nuestra integración con Carlos V con el Sacro Imperio Romano Germánico, nos sitúa a la cabeza de Europa e inicia nuestro siglo de oro. De esta forma, en el siglo XVI se produce nuestro cénit, consiguiendo un desarrollo artístico, cultural y social sin comparación en ese momento. Esta posición de esplendor va languideciendo durante el siglo XVII; siendo nuestro país exprimido en el mantenimiento de una posición militar insostenible que acaba por empobrecernos e impidiendo un desarrollo industrial y comercial propio.

Este agotamiento nos deja en un ensimismamiento y una introspección a todos los niveles, que nos impidió avanzar, salvo honrosas excepciones, en los procesos ilustrados y modernizadores que surgen en el conjunto de Europa durante el siglo XVIII. Sin ese proceso propio de ilustración, bien descrito por Ortega y Gasset, los nuevos aires regeneradores nos vienen por influencia francesa a través de la invasión napoleónica; curiosa particularidad de nuestra historia. Aunque cala sólo parcialmente: claro ejemplo es nuestra primera Constitución de 1.812, netamente liberal, que es inmediatamente revocada tras la vuelta de Fernando VII al poder en 1.815, reinstaurando un régimen de nuevo absolutista.

De la dicotomía entre liberalismo y absolutismo surge, ya a inicios del siglo XIX, nuestro cainita modelo de las dos Españas; donde ambas, sin capacidad ni querencia a un entendimiento, hicieron desembocar un siglo pleno de enfrentamientos civiles: guerras carlistas, asonadas militares, revoluciones, y guerra cantonal. Este conflicto cainita permanente del siglo XIX nos impidió aprovechar los beneficios de la segunda revolución industrial y el desarrollo económico y social que ésta representó para toda Europa, y ya también para Estados Unidos como potencia emergente.

Y siempre que la inestabilidad nos ha acechado, el impacto en Cataluña y Barcelona ha sido nefasto; como ha sido la guerra de Sucesión y el asedio de Barcelona de 1.714, bombardeos diversos, grandísima pérdida económica tras la crisis de 1.898, lo que provoca el surgimiento de los nacionalismos catalán y vasco (inexistentes hasta la fecha), etc.

La Restauración Borbónica de 1.874 trajo un hálito de esperanza, modernización y normalidad, sustituyendo los continuos enfrentamientos civiles, por un modelo de entendimiento político y social con la alternancia que representó el periodo bipartidista de Cánovas y Sagasta. Desgraciadamente, desde un inicio positivo, con un marco político como casi nunca habíamos tenido, la falta de adaptación a las nuevas exigencias sociales, principalmente urbanas y de clases trabajadoras, junto con un poder excesivo de los caciques rurales hicieron fracasar el modelo y volvimos a nuestras andanzas: Semana trágica de Barcelona en 1.917, antesala de la Dictadura de Primo de Rivera, mal enfocada IIª República, terrible y desgarradora guerra civil, seguida de larguísimos 40 años de dictadura, autarquía y desconexión con Europa y el mundo occidental.

La transición democrática a partir de 1978, como si de una nueva restauración se tratase, trajo una auténtica y completa democracia, con una apertura política sin igual en nuestra historia y nos entroncó en nuestro árbol común europeo. Es de sobra conocido nuestro inmejorable proceso de modernización en todos los aspectos posibles: económico, social, de derechos,…. alcanzando, e incluso superando los estándares medios europeos en muchos ámbitos.

Tras perdernos el tren de la modernidad y el europeísmo en el siglo XVIII, XIX y gran parte del siglo XX; somos hoy en día la quinta economía europea, el segundo país con mayor esperanza de vida, disfrutamos de unos servicios públicos de máxima calidad y hemos sido capaces de desplegar una transformación económica sin parangón. Desde el plano económico, social y democrático, nunca, y repito, nunca, en nuestra historia hemos podido disfrutar de una situación como la alcanzada hasta la fecha.

Aún así, los efectos de la crisis financiera de 2.008 y las necesidades sociales (paro y bajos salarios, con especial gravedad en la gente joven, inseguridad laboral, precio de la vivienda, desigualdad, peligro de sostenimiento de pensiones, crisis demográfica,……), junto con la vuelta a escena de nuestros irredentos nacionalismos caciquiles vuelven a poner en duda la sostenibilidad de nuestros años de progreso.

Reconociendo el avance indudable de nuestro periodo de transición, nos enfrentamos a nuevos retos, sumando a los anteriores la globalización, un modelo social intercultural, el cambio climático y una nueva revolución industrial basada en la digitalización. Nuestro “contrato social”, reflejado en gran medida por la Constitución pero no solo, precisa adaptaciones y reformas y, sobre todo, conseguir aflorar una nueva ilusión colectiva, bajo el paradigma de una España plural que sabe integrar y gestionar sus similitudes y sus diferencias, crecientes en una sociedad intercultural, en una Europa de derechos y de desarrollo.

Para ello, es absolutamente necesario retomar el modelo de diálogo político, que encuentre consensos y permita hacernos evolucionar, acompasado a los nuevos tiempos, necesidades y retos. Dejando atrás, con rotundidad, modelos frentistas y cainitas que nos retrotraigan los infaustos recuerdos de nuestro pasado.

Probablemente nos encontremos en una nueva encrucijada histórica; en nuestras manos está cómo queremos afrontarlo esta vez. Parte de esta visión de futuro, avanzando o retrocediendo, la comprobaremos en próximos días en nuestra propia Barcelona.