Se está librando en Barcelona una guerra sorda por la ocupación de las aceras. La batalla principal enfrenta a propietarios de bares y restaurantes con el consistorio. Hay quien sostiene que, al amparo de permitir la ocupación de la calle porque los interiores tenían el acceso restringido, se ha producido una invasión del espacio público que ya es insoportable. Las asociaciones de vecinos, que denuncian que las terrazas inicialmente provisionales ocupan mucho más espacio que el autorizado, han iniciado una campaña, invitando a la ciudadanía a participar en ella enviando fotografías de los abusos.

Está bien que los barceloneses luchen por su derecho a caminar por las aceras sin tener que ir sorteando obstáculos y, en ese sentido, está bien que se controle el número de mesas y sillas de cada negocio. El problema es que ese control, para el ciudadano, resulta difícil porque ¿cómo va a entrar en el local y pedir la licencia para comprobar si se ajusta al espacio ocupado? Como poco puede ganarse una respuesta desabrida o salir con un ojo morado. No. Quien debe velar por el respeto a las normas es la Guardia Urbana, que dispone, al menos en teoría, de la información, de la autoridad y de la capacidad de denuncia sancionadora.

Pero es que, además, esta batalla puede ser la más llamativa, pero no es la única que se libra por el espacio destinado al peatón e invadido por empresarios de diversa índole, aduciendo razones variadas.

En las aceras de Barcelona hay, casi por norma, centenares de motos aparcadas. Unas pertenecen a ciudadanos que las utilizan para realizar desplazamientos en la ciudad, argumentando que son una bendición del cielo porque si todos los que van en moto utilizaran el coche no habría posibilidad de circular por Barcelona. Tal vez sea cierto, aunque también podrían desplazarse en transporte público y la ocupación de espacio sería aún menor. Y esto no es un argumento contra las motos; es un argumento contra el uso inadecuado de las motos.

Pero hay más motos en las aceras. Casi todos los talleres de motocicletas utilizan la calle como depósito de vehículos que esperan ser revisados o reparados. Y no en una sola fila, como hacen la mayoría de los motoristas que aparcan en la acera, sino en dos e incluso en tres. Es más difícil caminar en línea recta si hay un taller de motos que si hay un bar. Esta ocupación no se ha producido con motivo de la pandemia, ni siquiera se ha acentuado debido a la permisividad del actual equipo municipal. Tiene tantos años que los dueños de los talleres han terminado por creer que tienen derecho a ello. Los avala la costumbre.

Lo mismo hacen algunos talleres de coches, aunque el número de vehículos que pueden dejar en el exterior sea menor y por ello se note menos.

Pero es que los peatones no sólo ven su espacio ocupado por terrazas y talleres: son multitud los repartidores de mercancías que ocupan las aceras con la excusa de que es sólo un momento. Y es evidente  que las zonas reservadas para carga y descarga no han tenido en cuenta la evolución de los repartos, que se han multiplicado en la ciudad.

Y, aunque el número sea menor, hay también multitud de tiendas, sobre todo de frutas, verduras y plantas decorativas, que utilizan las aceras como mostrador de sus productos. Sin que pase nada.

Probablemente la irritación que se ha producido entre un sector de la ciudadanía tras la decisión municipal de restringir el número de carriles al tráfico con mojones de cemento y otros artilugios se deba a la evidencia de que es un gasto inútil. Hubiera sido mucho más barato limpiar las aceras y dejarlas sin coches, motos, cajas de verduras y otras invasiones. Eso sí, al mismo tiempo, habría que haber conseguido que no fueran utilizadas impunemente por ciclistas y patinetes que son un peligro mucho más serio que las terrazas de los bares.

De modo que el problema no son sólo las terrazas, que al menos sirven para que se siente la gente. Es la acumulación de elementos, siempre a costa del peatón. Del peatón sin dificultades y del que va en silla de ruedas o con un carrito o similar.

Y esto no significa estar a favor de las terrazas ilegales. Sólo implica defender que el espacio del peatón sea de verdad para el peatón. Como decía un viejo eslogan, en algún momento de la vida, todos somos peatones. Hasta los empleados públicos militantes del partido del 3% y abonados al coche oficial.