Leía hace unos días un artículo de opinión del líder de Esquerra Republicana en Barcelona, Ernest Maragall, que titulaba “Barcelona, a un paso de no ser ciudad”. Su tesis se podría resumir en que, según el republicano, Barcelona no cuenta con suficiente poder de decisión ni autonomía como para poder considerarse ciudad en mayúsculas y que, por lo tanto, necesita independizarse y cambiar de estado. La simpleza de sus tesis recuerda a aquella entrevista en la BBC en la que el periodista que tenía enfrente le refutó sin despeinarse hasta hacerlo balbucear en varias ocasiones. El problema de los artículos de opinión es que nadie te refuta directamente, por lo que quienes como Ernest Maragall se dedican a extrapolar conclusiones falaces lo hacen con total comodidad.

Para defender su tesis, se apoya en elementos prácticamente anecdóticos que en ningún caso pueden ser utilizados para generalizar una mala situación de Barcelona en su relación con España. Esgrime como supuestos puntos de sumisión la reapertura del CIE de Zona Franca, la declaración de subastar los locales del frente marítimo de la ciudad y la autorización para que los ayuntamientos puedan destinar un 7% de su superávit del 2019 a la compra de vehículos no contaminantes.

Los errores de Ernest Maragall no son casuales. Existe una intencionalidad evidente en sus palabras. La de confundir. El independentismo se siente cómodo entre medias verdades y mentiras, y se siente especialmente cómodo tratando de confundir a todo el que le presta atención. En este caso, establece tres puntos de partida que manipula de forma burda para llegar a una conclusión que, no solo no es la única posible, sino que es la derivada más estúpida a la que podemos llegar. El independentismo nos tiene muy acostumbrados a partir de afirmaciones teóricamente razonables para que mediante una burda manipulación de los hechos lleguemos a conclusiones equivocadas.

Maragall en su artículo afirma que, las decisiones anteriormente mencionadas son “decisiones radicalmente contrarias a la voluntad y las necesidades de los barceloneses”. Estoy seguro de que Ernest Maragall no se ha dedicado a preguntar a cada uno de los barceloneses qué nos parece la subasta de los locales del frente marítimo o la reapertura del CIE de la Zona Franca, pero él se arroga el conocimiento de lo que quiere o no la ciudadanía. Esta actitud encaja a la perfección con la actitud del nacionalismo, que siempre se cree con el derecho de extrapolar lo que ellos piensan a lo que piensan todos los ciudadanos. A Ernest Maragall se le olvida con frecuencia que en los comicios de mayo de 2019 obtuvo algo más de un 20% de los votos. Sigue sin entender que, en el consistorio, son minoría.

Por otro lado es curioso que llegue a la conclusión de que una Cataluña independiente es la solución a los problemas de Barcelona. Sorprende ver que, aquellos que se negaban de forma sistemática a reconocer la nacionalidad aranesa afirmen ahora que, en una supuesta Cataluña independiente, Barcelona gozaría de tantas competencias que podría considerarse prácticamente un estado confederado dentro de esa república imaginaria. ¿Por qué motivo deberíamos creer que en una imaginaria Cataluña independiente Barcelona tendría más poder de decisión? Recordemos que el independentismo le tiene poco cariño a Barcelona. Recordemos a Quim Torra afirmando que Barcelona había “abdicado de ser la capital de Cataluña” y que había sido Girona la ciudad que “se había mantenido al lado de las instituciones”. Vamos, que Barcelona nada tenía que ver con Girona y que quien merece el respeto de la Generalitat es la ciudad gerundense.

El independentismo se equivoca. Barcelona no solo es ciudad, sino que es una ciudad que ha sido referente mundial durante años. Barcelona, tiene la oportunidad de convertirse en esa gran metrópoli que tanto asusta a Ernest Maragall y a sus correligionarios independentistas. No sorprende en absoluto ver como en su artículo se dedica a atacar también a esa concepción de esa gran Barcelona de la que hablé la semana pasada.

Es evidente que, si Cataluña se independizara algún día, la situación de Barcelona sería mucho peor. Veo con estupor que el independentismo vuelve al discurso que parecía olvidado del “España nos roba”. Veo que vuelven con el cuento de que en una Cataluña independiente el futuro de los barceloneses sería de “flors i violes”, pero la realidad es que un proceso de independencia nos dejaría sumidos en la nada más absoluta. Quizá alguno me diga que volvemos al discurso del miedo. Yo lo que pretendo es recordar el discurso de la verdad. Que en un mundo con retos globales no tiene cabida la fragmentación. Que fuera de la Unión Europea no hay futuro. Que Barcelona y su área metropolitana siguen resistiendo frente al envite nacionalista, y que así debe seguir siendo.

Vienen momentos complicados para el constitucionalismo. Vienen momentos difíciles para quienes nos resistimos a consumir artículos populistas como el de Ernest Maragall, y para resistir, deberemos estar unidos. A Ernest Maragall no le gusta Barcelona ni su área metropolitana. Al independentismo tampoco. No dejemos que nos la roben con mentiras y demagogia.