En esta era tan poco democrática, no paramos de leer acerca de los beneficios de la ‘democratización’ de la música gracias a las redes sociales, y del poder escuchar lo que se quiere y cuando se quiere a golpe de click. No soy de las que cree que estos nuevos hábitos puedan ser maléficos, pero su abuso sí. Yo personalmente utilizo plataformas digitales para escuchar muchos discos, pero si realmente me gustan acabo yendo a Discos Revólver, Surco o cualquier otra tienda de mi ciudad a buscarlos. Las redes podrán guiarme pero jamás supondrán un substituto del placer de hablar con un dependiente que te conoce y te recomienda en base a tus gustos, o del deleite de salir de la tienda con un vinilo exclusivo comprado a precio de saldo en el apartado ocasiones, e irse a casa con la criaturita bajo el brazo. Soy una romántica, lo sé. Pero aun así, creo en las redes. 

Porque, ¿se imaginan la tarea de organizar un concierto en Barcelona y convocar al público antes de la llegada de la era digital? Buscar promotor y sala a puerta fría o telefónicamente, hacer publicidad de la manera tradicional (cartelería, flyers), enviar faxes con las reservas de hotel y vuelos de artistas, hacer que la gente comprase las entradas anticipadas solo en tiendas de discos… yo sí que me lo imagino, porque hasta la llegada de internet  así de old school era mi vida como promotora.

Sin embargo ahora, y pese a que ciertas maneras a la antigua usanza de publicitar los conciertos siguen vigentes, llegan otras más resultonas, al menos a pequeña escala promotora. Basta con crear un evento o anunciar en un post una iniciativa musical  y, con un poco de suerte, esta podrá prosperar. Recuerdo el día que murió Bowie, lo rápido que voló la noticia de buena mañana en redes y la celeridad con la que en Barcelona nos movilizamos en redes para pedir un tributo a su figura con fines benéficos. Bastó con hacer la llamada a la acción etiquetando a unas cuantas salas para recibir la llamada de una y ponerse manos a la obra. Fue fácil ponerse de acuerdo por redes contactando a bandas (y viceversa, muchas bandas que nos contactaron) y en tres días teníamos organizado un tributo benéfico para recaudar fondos contra el cáncer. Un buen número de músicos representativos de la escena barcelonesa encima del escenario y casi 7000 euros recaudados en un acto realizado en menos de una semana con sold out. Este año volvimos a repetirlo y sucedió similar, así que pese a la labor de promo… ¿Hubiera sido posible esta iniciativa sin redes? Seguramente no.

Innegable la cantidad de tiempo que nos ha ahorrado a los promotores y periodistas la llegada de facebook o twitter en nuestras tareas diarias. Desde conseguir más lectores para nuestros artículos a crear un evento y conseguir convocar a público sin intermediarios, ni carteles ni flyers,  poniendo la anticipada a la venta por internet. Sin embargo, creer firmemente en que el personal que confirma asistencia por redes a algún concierto vaya a venir realmente… ah, eso ya es otro cantar. El postureo se nutre de eventos de facebook, eso lo sabemos todos.

Y con esto llegamos a una conclusión: las redes conforman nuestra realidad, pero…  ¿son tan fidedignas como para tomarnos a rajatabla toda información que nos aportan? La respuesta es no. Un evento con 150 personas puede resultar en la práctica un concierto con diez individuos, y así con todo. Pues de igual modo sucede con las noticias musicales: no podemos creernos al cien por cien las informaciones digitales que no provengan de un medio periodístico formal (y ni así). Me refiero a foros o a una Wikipedia que puede alimentar cualquiera subiendo la información que le dé la gana. Si el argumentar y contrastar ya de por sí cada vez es menos tangible en la prensa escrita, imagínense en las redes sociales o foros tipo Wikipedia, donde la figura de un editor es inexistente.

Artísticamente, para los músicos barceloneses el feedback en redes acostumbra a ser beneficioso: mostrar videos de las actuaciones del día anterior, crear teasers para invitar a su público a los conciertos o incluso pedir a sus fans el repertorio que deseen que toquen en cada ciudad. Incluso hay músicos noveles que suelen utilizan sus redes sociales para que sus fans de cada ciudad les aporten ideas de dónde pueden tocar.  

La otra cara de la moneda es la triste realidad de los músicos expuestos a que cualquier descerebrado opine de ellos y que la noticia se extienda como la espuma

Y, a nivel asociativo, las plataformas digitales sociales han servido para hacer fuerza y tirar adelante proyectos muy variopintos de forma rapidísima. Hoy día existen muchas más organizaciones de músicos y de promotoras, o incluso grupos como el recientemente creado de Mujeres de la industria de la música, en Barcelona y Madrid. Otra cosa es que todas las iniciativas lleguen a cuajar en forma de acciones, pero la intención existe. Incluso resultan útiles las redes para denunciar a salas que no resultan adecuadas para tocar, o informar al resto del colectivo de los promotores que no pagan a sus clientes. La unión ha hecho la fuerza, y en ese sentido la democratización es un arma poderosa para los que sin redes seguramente no tendrían voz alguna.

Eso sí, la otra cara de la moneda es la triste realidad de los músicos expuestos a que cualquier descerebrado opine de ellos y que la noticia se extienda como la espuma. Esta misma semana, constaté la maldad de manos de un supuesto escritor que en redes se dedicó a decir que el cáncer a Pau Donés le venía ‘como anillo al dedo’ para bombardearnos con su ideología ‘buenrollista’ y lograr así su posterior santificación, con más discos recopilatorios póstumos, etc. Decir esto de alguien enfermo que sigue vivo es una salvajada, independientemente de que te guste o no su música y de que el marketing musical siempre se cebe con este tipo de estrategias. Cierto que él mismo quiso (con todo su derecho) hacer pública su enfermedad, pero también  gracias a ello se ha conseguido que hayan más donantes de médula. 

Qué poca gracia me hacen todos esos  ‘valientes’ cibernéticos que en redes vomitan tales burradas creyéndose verdaderos enfants terribles del articulismo patrio. A la hoguera con todos esos aprendices baratos de provocadores: siempre será mejor ignorar que seguir alimentando a la bestia con más posts de respuesta, más visibilidad y, por tanto, más popularidad para ellos en redes.  Apuesto a que seguramente no sacarían tanto pecho ni vomitarían tantos insultos si se topasen cara a cara en el mundo real con Pau Donés o con cualquier otro músico al que deseen el peor de los males. Somos todos muy valientes en el anonimato de las redes. Pero en la vida real amigos míos, eso ya es otra cosa. En el caso de los periodistas musicales pasa algo similar. Sé de más de un compañero de la prensa musical barcelonesa que opta por no contestar ni siquiera en las redes sociales a sus haters, pues esto siempre propicia el efecto rebote de los mismos, y se entra en una espiral de respuesta-ataque-nueva respuesta capaz de prolongarse ad infinitum

Con todo, la vida al otro lado del espejo, la cibernética, no deja de ser fascinante. Porque navegar en las redes nos proporciona el placer de la novedad y la accesibilidad al instante, aunque a menudo sea tan solo un gran océano de opciones fast food. Nada sorprendente, pues vivimos un mundo imperfecto, con lo que su reflejo no podría ser de otro modo. Las redes son una herramienta más en la que bucear, pese al peligro de ahogarnos  y no saber salir a flote. Pero, a  los que sabemos sacar la cabecita de allí de vez en cuando y llegamos ilesos a la orilla, nos gustaría pensar que nuestro mundo terrenal y ‘real’ a la par que imperfecto, debería seguir aspirando en algo a provocar dicha magia, fascinación, capacidad de interacción y sorpresa. Con la diferencia que en este no nos escudamos en una máscara de buceo, sino que mostramos nuestra cara, algo siempre mucho más valiente, y luchamos para que la tiranía del fast food del click no acabe siendo substituta de la reflexión.