Agosto ha abierto con un incidente en Plaça Catalunya que ha avivado las llamas del racismo y el clasismo más iracundo. La semana pasada se produjo un enfrentamiento violento entre un grupo de turistas y otro de vendedores callejeros. Una pelea más entre el puñado que se puede produce cada día en las calles de una gran ciudad global como Barcelona. Que se lo pregunten a la vecindad de la Barceloneta… Sin embargo, este suceso ha desplegado ríos de tinta y una enorme oleada de agresividad en las redes sociales… Incluso impulsó la celebración de un pleno extraordinario en el Ajuntament.

Lo cierto es que el tratamiento informativo hegemónico sobre esta pelea en el mismo corazón de la Barcelona escaparate ha sido especialmente despectivo con uno de los dos colectivos implicados en el incidente y, por supuesto, no con los turistas. Como de costumbre, “los manteros” son los culpables. No solo de esa pelea, sino, si apuran un poco, de la seguridad de toda la ciudad. No vale la pena recrear titulares, pero sí recordar que la deontología periodística, en demasiados casos ya, ha pasado a mejor vida; por supuesto también en esta ocasión. Es ya grotescamente habitual: el colectivo más desamparado “pringa”. Total, no son sino trabajadores de la calle…

ORGANIZACIÓN CIUDADANA FRENTE AL DESAMPARO

No obstante, da la casualidad que desde hace un tiempo para acá, los vendedores ambulantes, o al menos buena parte de ellos, han comenzado a organizarse para conquistar derechos ciudadanos y velar por los pocos que les asigna la ley de extranjería vigente desde el Gobierno Aznar de 2001. Este pasado jueves 9, bajo la lluvia, el Sindicato de Vendedores Ambulantes se concentró en el lugar de los hechos para denunciar la intencionada maniupulación mediática acerca de este incidente y recordar la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran. Lo que hasta hace poco era un grupo de trabajadores desorganizados, ahora se ha convertido en un colectivo con la voz que le niegan a cada uno de sus componentes por separado.

Sin duda, la agregación colectiva de personas por la defensa y conquista de derechos sociales es un fenómeno en alza. Sobre todo desde 2011, se ha ido materializando en diferentes formas: sindicatos de inquilinos, plataformas de personas afectadas por las hipotecas, también por las participaciones preferentes; kellys, las mareas educativas, sanitarias, de exiliados económicos, de trabajadoras sexuales, las asociaciones de taxistas, etc. Sin ir más lejos, desde el pasado 21 de abril, se está llevando a cabo “el encierro migrante”, que empezó en l’Escola Massana y que se ha extendido a otras ciudades de la Barcelona metropolitana, como L'Hospitalet o Badalona. El 27 de mayo llevaron a cabo una de las manifestaciones de personas migradas más numerosas de la historia de la ciudad para denunciar el racismo estructural y la agresividad de la actual ley de extranjería y sus numerosas derivaciones en términos de desamparo social.

Actualmente, entorno al 20% de la población empadronada en Barcelona tiene nacionalidad extranjera, mayoritariamente europea. Gran parte de ella tiene los derechos políticos limitados: o no pueden votar o solo lo pueden hacer en las elecciones municipales. A nivel catalán, esta cifra desciende al 14% y, además, contempla alrededor de 80.000 personas sin papeles, avocadas a la economía sumergida, a la intemperie de las mafias y a la supervivencia; y a más de 800.000 catalanes sin derecho a decidir nada políticamente. Al mismo tiempo, la población internada en CIEs se cuenta (cuando se puede) por miles alrededor del Estado y más de un millón de personas migradas a Catalunya se encuentra en situación de transitoriedad y provisionalidad legal.

XENOFOBIA, CLASISMO Y ACOGIDA

Está claro que el racismo, la xenofobia y el clasismo van de la mano. La fuerza del capital en una sociedad fuertemente mercantilizada categoriza la migración y facilita o dificulta el asentamiento y la regularización de las personas. Sabemos que no es lo mismo un migrante trabajador que un migrante propietario… Por eso nadie lanza las palomas al vuelo por la enorme proporción de inmuebles adquiridos durante los últimos años en Barcelona por capital extranjero pero sí corren ríos de tinta cuando un vendedor ambulante tiene un incidente con un turista. No nos engañemos, tras el pasaporte no hay muchas más manías que el “cuánto vales”.

Pero Barcelona es lo que es hoy en día porque siempre fue una ciudad de acogida. Desde la historia de refugio político popular al campesinado catalán durante el medievo que tan bien narra 'La Catedral del Mar', pasando por su propia industrialización con trabajadores procedentes de toda la península, a la multitudinaria manifestación del febrero del año pasado con su lema “¡Queremos acoger!” frente a la barbarie de la ultraderecha europea, demuestra que esta es una capital acostumbrada y encantada de ser diversa. Frente a los intereses clasistas y ombliguistas, Barcelona ha mostrado ser mucho más que su escaparate y su plataforma de negocios: es la ciudad referente de la solidaridad y la empatía en el Mediterráneo. Digámoslo con orgullo cuando nos bombardeen con odio y postverdades.