Se adjudican a Dios atribuciones exclusivas que, en realidad, no lo son tanto. Pensemos en la ubicuidad, sin ir más lejos. En España tenemos, por lo menos, a una persona que comparte ese privilegio con el Señor, el periodista Juan Cruz (como se comentaba años ha en la redacción de su diario, El País, “dos aviones se cruzan en el espacio y en ambos va Juan Cruz”). Tampoco es Dios el único que escribe recto con renglones torcidos: en Barcelona tenemos a una alcaldesa que también lo consigue, pues no para de adoptar medidas para hacer feliz a la población que, en apariencia, diríanse ideadas para hacerle a ésta la vida imposible. Pensemos, por ejemplo, en esos brutales bloques de hormigón que nos ha colocado recientemente en las calles y que, en teoría, sirven para que el ciudadano se siente en ellos a reposar un poco del tráfago urbano. Según Ada, gracias a ellos los vehículos circulan más despacio -para no comérselos, supongo- y la urbe deviene así más amable, más humana, menos rara, que dirían María Jiménez y el cantante de La Cabra Mecánica. Lamentablemente, ya se han hecho oír los inevitables resentidos a los que los bancos de hormigón les parecen una atrocidad peligrosa para los coches y las motos e incómoda para los supuestos usuarios.

También hay quién no le ve la gracia a los nuevos espacios para terrazas de bar que la alcaldesa ha puesto a nuestra disposición con su munificencia habitual. Cerca de mi casa, gracias a Ada, puedo disfrutar de la zona ganada al tráfico por el mesón 4 Jotas de la Rambla de Catalunya, donde te puedes tomar algo en plena calzada mientras los vehículos te pasan rozando (un día de éstos, el copiloto de algún coche te soplará la croqueta antes de que te la metas en la boca), y de la mini terracita de la pastelería Mauri, encajonada entre unos mini muros de plástico amarillo muy monos que te hacen sentir como si estuvieras en una especie de gallinero urbano (sin olvidar la posibilidad de que algún vehículo que circule por la calle Provenza se empotre contra la barricada amarilla, claro).

En esta ciudad de ingratos, hay quien no les ve la gracia a los bloques de hormigón ni a las terrazas de bar en las que te juegas la vida, sendos esfuerzos de la administración Colau por hacernos más llevaderos los tiempos del coronavirus. También los hay que, desde la grisalla de su mente, encuentran de mal gusto los colorines con que se han pintado bastantes calles de nuestra querida ciudad, gente que tampoco entiende lo de que se puede escribir recto con renglones torcidos. Probablemente, estos quejicas son los mismos que no entienden que Ada subvencione con cerca de 30.000 euros a Ecologistes en Acció, una pandilla de activistas anti 5G, cuando la ciudad ha creado la entidad Barcelona 5G (a favor de dicha tecnología) y aspira a convertirse en la Mobile World Capital (por no hablar del congreso anual dedicado a la telefonía móvil). Sostiene esa gente gris que no se puede estar a favor y en contra del 5G, pero eso es porque no entienden a Ada y porque, probablemente, llevan demasiado tiempo sin releer la Biblia.