El Trofeo Conde de Godó y el Masters de Madrid, si me permiten obviar por ahora a los patrocinadores, colocan a Barcelona y Madrid en el escaparate del tenis este mes de abril y el próximo. El Godó, en concreto, lo hará la semana entrante. Dos torneos de un deporte asociado durante largo tiempo a las élites en dos ciudades gobernadas en la actualidad por coaliciones de izquierda, sustentadas por débiles equilibrios. Una situación que provoca pudor, hace aflorar complejos entre bastidores, revela algunos desmanes cometidos y pone de manifiesto la necesidad de un plan estratégico de las ciudades que quieren posicionarse en el escenario internacional. Nada como el deporte, un agente global, para intercatuar en la globalidad. No todos lo entienden.

El Godó y el Masters parten de una diferencia: la tradición. El primero es el único, junto con Wimbledon, organizado por un club, el Real Club de Tenis Barcelona, en el circuito ATP; el segundo es más reciente y nació con un sentido más comercial e institucional, a rebufo de las aspiraciones olímpicas de Madrid e impulsado por las visiones faraónicas de Gallardón. Primero en la Casa de Campo y después en la Caja Mágica, el torneo es una ocasión para el networking: la mayoría del tiempo hay más asistentes en la zona de restaurantes, realmente desproporcionada, que en las pistas. Su presupuesto dobla al del Godó, aunque éstos se encuentran marcados por la categoría que define la dotación en premios. El de Madrid es un Masters 1000; el de Barcelona, un ATP 500. El primero tiene 22 millones de euros de presupuesto por 10,5 el de la capital catalana, en 2018. La mayor parte, no obstante, es cubierta por los principales sponsors, Mutua Madrileña y Banc de Sabadell, respectivamente.

Los consistorios de Carmena y Colau se encuentran entre los patrocinadores menores de los eventos. Es decir, hay dinero público invertido en los torneos. En el caso de Barcelona, un millón de euros, aproximadamente. Las negociaciones del RCTB con el equipo de Colau han sido en ocasiones difíciles, aunque no tanto por el gasto como por los prejuicios: es cosa de ricos y no son nuestros votantes, concluyen. La situación del club, en Pedralbes, una de las zonas de mayor poder adquisitivo, es observada también con recelo. Son precisamente los ciudadanos de las áreas más caras de la ciudad, los upper, los que han protagonizado las mayores protestas contra Colau por diversas razones, como el carril bici o la gestión de las basuras.

Sin embargo, los números son contundentes. Según un estudio de DEP Institut, en 2017 el Godó produjo un impacto de 45 millones de euros para la ciudad, 17 en lo que se entiende por impacto directo, el gasto realizado por visitantes relacionados con el torneo. Produce, asimismo, superávit para el club organizador, presidido por Albert Agustí, lo que permite aminorar las cuotas a sus asociados. La red de clubes de tenis, como de natación u otros deportes, son una infraestructura de la sociedad civil clave para el desarrollo deportivo y cívico en Cataluña y España, y es algo que la administración debe proteger.

En Madrid, el impacto económico de su torneo fue, según otras mediciones, de 107 millones en 2017, a lo que hay que añadir la difusión televisiva y la rentabilidad que supone para las ciudades en términos de visibilidad. No obstante, su modelo, el ocio asociado, resulta más cuestionable por desmesurado. En lo estratégico, en cambio, es evidente que es beneficioso, como en Barcelona, donde el impacto de la retirada de la World Race ha sido muy negativo para la imagen de la ciudad, en un momento muy delicado políticamente.

Los ayuntamientos, sean o no de izquierda, han de velar porque el gasto del dinero público revierta en sus ciudadanos, pero han de ser imaginativos para desarrollar las formas, no prejuiciosos. Si estiman que han de pedir más contrapartidas, en términos de servicios, al RCTB o al Masters, que lo hagan, pero negar el tenis sería negar el mundo actual.