Cementiris de Barcelona vive la peor crisis de la historia y Jordi Valmaña, su director general, está contra las cuerdas. Persona de pocas palabras y gestión opaca, debería asumir toda la responsabilidad por el hundimiento de 144 nichos y los errores cometidos por la empresa municipal en lugar de buscar un acuerdo económico exprés con las familias para tapar un escándalo mayúsculo que también salpica a Eloi Badia, presidente de Cementiris y regidor de Presidencia, Agua y Energía.

Valmaña tiene el don de la supervivencia. Sabe moverse muy bien entre bastidores y ha conservado su privilegiado cargo pese a los últimos cambios que se han producido en el Ayuntamiento de Barcelona durante la última década. Públicamente, en cambio, sus movimientos son bastante más torpes y su discurso es mucho más difuso que diáfano. Ya sea por esquivar el bulto o por sus limitaciones oratorias, Valmaña apenas ha dado explicaciones por el derrumbe del pasado 15 de septiembre. Las familias todavía esperan que alguien asuma su cuota de culpa. El director general no lo ha hecho. Badia, tampoco.

En el sector funerario, muchos le tienen ganas y en el gobierno de Ada Colau lo saben. Sus detractores dicen que Valmaña tiene un gran parecido físico con Bob Gunton, el alcaide sin escrúpulos de la película Cadena Perpetua, y critican que la inversión en mantenimiento de las instalaciones ha sido mínima en la última década. Las oficinas, en cambio, están muy bien equipadas y generosos también son los gastos de representación del director general, según denuncian los partidos de la oposición.

Badia, su pareja de baile, también es un personaje enigmático. Dicen de él que es más listo, aunque suma fracasos y rivales con demasiada facilidad. Su gestión en la crisis de los okupas de Gràcia soliviantó a muchos vecinos y comercios, hartos del trato que reciben del Ayuntamiento. El regidor de Presidencia también se estrelló en su proyecto de construir un tanatorio municipal y los principales agentes de la ciudad lamentan su talante altivo. Sus motivaciones son ideológicas, no económicas, y sus proyectos parecen haber caducado, aunque tal vez serían válidos en países como Venezuela y Corea del Norte. En Barcelona, su malestar con Valmaña es evidente porque puede arrastrarle.

Los afectados por el hundimiento de Montjuïc, mientras, piden justicia. Sólo exigen que los responsables asuman sus responsabilidades y sean honestos. Nadie podrá recompensarles el dolor y la angustia de las últimas semanas.