Las miserias humanas, que todos tenemos, en algún momento u otro salen a flote. Pueden tardar más o menos pero acaba pasando. Igual que cuando uno va a la playa e intenta evacuar disimuladamente. Al final el muñequito siempre sale a la superficie, el secreto es nadar rápido para que, cuando ocurra, uno esté lo suficientemente lejos.

Lo que sorprende es la actitud de algunos políticos cuando les pasa esto.

Está el método Cifuentes, que consiste en chapotear con la boñiga para intentar disimular su existencia aunque el olor haya llegado ya a todos los bañistas. Al final es un baño de mierda que a quien más perjudica es al implicado.

Encontramos también el método Colau, que como se aprecia en el siguiente vídeo, consiste en mantenerse impasible ante la evidencia. Hacer como si nada ocurriera, y esperar que los espectadores, a quien se les atribuye una inteligencia inferior, no descubran el pastel.

Y luego está el método Puigdemont, que quizás es el más sencillo de todos. Esperar de brazos cruzados mientras otros te limpian el culete.

Poco antes de ser candidato a presidente era filólogo y periodista. Poco después de serlo, esos mismos medios ya le presentaban como alguien que tenía “estudios” pero ninguna carrera, un bachiller vamos. Algo que sin problema en su día reconoció Montilla.

Y mientras la caca pasa –y perdón por tanta escatología en un solo artículo- leo que el Papa emérito, Benedicto XVI, tiene más de 8 doctorados, habla 10 idiomas y ha escrito más de 160 libros.

A los primeros 3 les seguimos con devoción y les perdonamos todos sus errores. En sus manos hemos puesto nuestro futuro político. Al 4 le tenemos desprecio y no le pasamos ni una. Damos por descontado que todo lo que pueda decir en algún momento es fruto de una mente enajenada alejada de cualquier planteamiento racional. Paradojas del mundo moderno.

Y volviendo al tema, al final de lo que se trata es de saber reírse de uno mismo, aceptar el marrón y asumir las consecuencias que correspondan.

En cualquier caso estoy tranquilo, empezaba a pensar que los nacionalistas tenían razón cuando decían que los catalanes somos esencialmente diferentes al resto de España. Con tranquilidad descubro lo mucho que nos parecemos los de Barcelona al resto de Cataluña, y los catalanes al resto de España.