La movilidad se ha convertido en uno de los puntos más controvertidos de la gestión del actual gobierno que lidera Ada Colau. La implementación de superillas en algunos barrios, el acoso a los vehículos motorizados y la proliferación de carriles bicis suscitan grandes polémicas entre un amplio sector de la ciudadanía, partidaria de pacificar la convivencia entre conductores y peatones.

Barcelona parecía haber resueltos sus endémicos problemas de circulación con la creación de las rondas, con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992. Un cuarto de siglo después, la capital catalana afronta el reto de ser una ciudad mucho más sostenible y menos contaminante. Muchos coinciden en el diagnóstico, pero pocos se ponen de acuerdo en el remedio. Y con Barcelona en Comú en el gobierno, las resoluciones son mucho más dogmáticas que efectivas.

El uso de la bicicleta ya forma parte de la normalidad. En una capital mediterránea como la nuestra, con un clima tan benigno, puede ser un medio de transporte ideal para una parte de la población. Pocos rechistaron con los primeros carriles que se crearon en Barcelona. El problema llegó con su multiplicación, con su aplicación en muchas calles que dificultaban la circulación y aumentaban los atascos y ruidos acústicos. Y en un virtual museo de los errores encontraríamos muchos casos en nuestra metrópoli. Demenciales, por ejemplo, son los carriles bici de la calles Provença y Felip II, donde los aparcamientos en medio de la calzada dificultan, en muchos giros, la visibilidad de los vehículos ante la aparición de una bicicleta inesperada. Tampoco son de recibo algunos carriles (de dirección única) situados en calles con una pronunciada pendiente en las zonas altas de Barcelona.

Lamentablemente, Barcelona tiene muchos carriles bici con un uso ínfimo cuya instauración ha eliminado algunas plazas de aparcamiento y dificulta la circulación en calles muy transitadas.

La mejor solución para reducir el transporte motorizado pasa por incentivar y mejorar el transporte público. Y ahí es donde muchos ciudadanos maldicen cada día algunas decisiones de TMB. La periodicidad en algunas líneas de autobús muy concurridas son un insulto a la lógica. Los usuarios, por ejemplo, del 19 y del 45 que se dirigen a Horta deben esperar más de 20 minutos si un sábado pierden un autobús y entrar en el metro una hora y media antes de un partido del Barça es un suplicio para cualquier persona normal.

Los ciudadanos, en la mayoría de los casos, soportan estoicamente situaciones de incomodidad mayúscula mientras el sueldo medio en la cúpula de TMB alcanza los 140.000 euros. Más vergonzantes son los retrasos por la T-16, denunciados por este medio, que afectan a miles de ciudadanos que no han recibido las renovaciones de las tarjetas de sus hijos. Y, como remate, nada más frustrante que el capítulo vivido este fin de semana cuando el conductor de un autobús atropelló a un ciudadano de 87 años y siguió su trayecto pese a las (supuestas) recriminaciones de algunos usuarios. Como bonus track, nada mejor que las paradas de autobús de quita y pon del Passeig Maragall, que hace un mes se instalan, al día siguiente se quitan y ahora vuelven a ponerse en un dispendio que pagamos todos los ciudadanos, ni que fueran un antojo de la presidenta de TMB.