Siguen los cortes en la Meridiana. ¿Con las autorizaciones pertinentes? Eso es lo de menos. Cuando uno tiene de su parte la razón histórica no tiene por qué atenerse a minucias burocráticas. El otro día hubo un incidente con un conductor que decidió por su cuenta que él también tenía la historia de su parte y se llevó a un manifestante por delante. Una barbaridad sin paliativos. Inaceptable, pero eso no valida el comportamiento de los manifestantes sin causa. La víctimas merecen simpatía, pero no por eso tienen tazón en todo. Y, sobre todo, no hay nada que valide la pasividad del consistorio.

Dicen los plañideros que no hacen daño a nadie. Pues no es cierto. Puede que ellos vivan anclados en la eternidad, pero el resto de los barceloneses, incluidos los que son atrapados en los atascos que provocan, son mortales. Eso quiere decir que su vida tiene un tiempo determinado y cabe que quieran emplearlo en cosas más serias que estar parado dentro de un coche respirando la porquería que echan los coches de al lado. Y así un día y otro y otro. ¿Cuántas horas han perdido? A hora diaria, echando corto, salen tres días enteros. Cuando dentro de unos días, unos meses o unos años mueran habrán vivido tres días menos por culpa de esos que no hacen daño a nadie y cuentan con el beneplácito del consistorio.

El hombre sólo es tiempo y acortar a alguien la vida en tres días parece una acción verdaderamente condenable, sobre todo porque, les guste o no a los manifestantes, lo que hacen es perfectamente inútil. Es, casi, un crimen en diferido, expresión que la derecha catalana bien puede tomar prestada de la derecha española. Después de todo, en ambos casos se trata de justificar lo injustificable.

Eso sí, se reconfortan a sí mismos cada tarde, convencidos de que están escribiendo el futuro cuando en realidad sólo están perdiendo el tiempo propio (allá cada cual como lo valore) y haciéndoselo perder a otros ajenos a sus guerras. Aunque la verdad es que estos fanáticos no creen que los perjudicados sean ajenos a sus guerras. En su ceguera, les atribuyen ser cómplices de un estado represor y dictatorial que, si de verdad lo fuera, los habría pasado por la piedra hace muchos días. Ni saben lo que es una dictadura ni les importa lo más mínimo.

Esos tipos tienen todo el derecho a manifestarse por la sentencia de la que hablan y por el afeitado de los bigotes del moro Muza, lo que no es de recibo es que el gobierno municipal no tome cartas en el asunto. Habría que ver qué ocurriría si la protesta se hiciera en sentido contrario.

Lo quiera o no Ada Colau, en este caso hay víctimas: los perjudicados una tarde sí y otra también por el comportamiento de los manifestantes. Y hay una cosa clara: no mantuvo el mismo silencio cuando sus correligionarios la abuchearon a ella en la plaza de Sant Jaume. Quizás el sillón de alcaldesa la ha convertido a la religión de quienes creen que hay gente (los cargos electos) con todos los derechos y otra (la ciudadanía) que sólo tiene obligaciones. Callar, la primera. Luego se sorprenden cuando sus valoraciones bajan en las encuestas. Y en las urnas.