Antonio Machado no conocía mucho Cataluña. De hecho, solo consta que la visitara en dos ocasiones, una para el estreno de su pieza teatral Las adelfas, escrita con su hermano Manuel, y otra diez años después, en abril de 1938, cuando Barcelona se convirtió en la capital de una República en retirada.

En la segunda y última estancia, el poeta residió un mes en el Hotel Majestic y otros ocho meses en una torre de la parte alta de la ciudad, donde se encontraba más cómodo, lejos del bullicio del Paseo de Gràcia. Salió de Sant Gervasi para iniciar el camino del exilio en enero de 1939 y apenas un mes después falleció en la localidad francesa de Colliure. Sus restos aún permanecen allí, y durante decenios su tumba –“Estos días azules y este sol de la infancia”, probablemente lo último que escribió--, ha sido lugar de peregrinaje del republicanismo español.

Apasionado partidario de las libertades republicanas, nunca había tenido una gran opinión del nacionalismo catalán. Lo dejó escrito de forma reiterada, tanto a través de su alter ego, Juan de Mairena, como en primera persona.

“La cuestión de Cataluña, sobre todo, es muy desagradable. En esto no me doy por sorprendido, porque el mismo día que supe el golpe de mano de los catalanes, lo dije: ‘los catalanes no nos han ayudado a traer la República, pero ellos serán los que se la lleven’. Y en efecto, contra esta República, donde no faltan hombres de buena fe, milita Cataluña. Creo con don Miguel de Unamuno que el Estatuto es, en lo referente a Hacienda, un verdadero atraco, y en lo tocante a enseñanza algo verdaderamente intolerable”.

Pero hete aquí que Quim Torra y Carles Puigdemont, los herederos más directos del golpismo catalanista al que aludía el poeta, intentan capitalizar su recuerdo y su imagen –su prestigio-- retratándose en mangas de camisa ante su sepulcro. Alguien les debió sugerir que una foto en el cementerio sería más adecuada que otra dando cuenta de una bullabesa o unas ostras en Chez Pujol. Puigdemont ya lo habría hecho en marzo pasado, lo que le costó una reprimenda en directo del Colectivo Juan de Mairena.

Pero les da igual todo. Se han acostumbrado a que sus feligreses traguen con cualquier rueda de molino y se lanzan a hacer el ridículo sin una pizca de rubor. “Nosotros sí estamos con los verdaderos demócratas españoles, los republicanos”, vienen a decir para denostar al llamado régimen del 78 con una cara dura solo comparable a su ignorancia. Si supieran que el plan de estudios oficial de Cataluña para bachillerato –de 2018 a 2022-- solo incluye como obligatoria la lectura de un poema de Machado, se les caería la cara de vergüenza. Fue una clara tarde, triste y soñolienta, de Soledades (1907), apenas suponen 330 palabras entre los millones que recogen las 214 referencias que la Consejería de Enseñanza recomienda para todos los bachilleratos.

Tampoco se deben acordar de cómo callaron –Puigdemont presidía entonces la Generalitat-- cuando el Ayuntamiento de Sabadell estuvo a punto de eliminar la plaza Antonio Machado del nomenclátor de la ciudad por “españolista”.