Al menos por su estación de tren, conocemos el barrio de Sants. Últimamente incluso comienza a ser muy frecuente en las guías urbanas de la ciudad y se suma a la ola de expulsiones vecinales por culpa del mercado de la vivienda. Es un barrio peculiar, con la principal carretera comercial de la ciudad aún respetada por el proceso de reducción del comercio de proximidad de pequeña empresa que lleva décadas experimentando Barcelona. Dividido pero cohesionado alrededor de su vía insigne, las calles estrechas serpentean entre las típicas casas bajas de los antiguos núcleos industriales de la capital catalana.

Bajando a pie el Carrer Olzinelles desde Plaça de Sants nos adentramos en un pequeño barrio sin tanta referencia que enseguida llama la atención por su ambiente particular. Las aceras acostumbran a estar frecuentadas por grupos que charlan, abuelos que acompañan a sus nietas, alguna que otra silla con vecinas tomando el sol y hasta gatos y abuelas asomados en las ventanas bajas, pendientes, saludando a los transeúntes. Este barrio que recuerda más a un pueblo del Maresme, se llama la Bordeta.

Como todo el mundo sabe, muchos de los barrios emblemáticos de la ciudad constituían municipios antes de la fusión de la Barcelona actual. Sants era uno de ellos y de ahí su particular renombre. La Bordeta, sin embargo, era más bien una barriada. Surgida a raíz de una agregación de casas alrededor de los campos de este tramo de la histórica carretera que partía de los portales de poniente de la Barcelona histórica hasta las poblaciones del Baix Llobregat, La Bordeta es el enclave de uno de los principales complejos fabriles de la Revolución Industrial barcelonesa: Can Batlló. Una fábrica que es protagonista de la historia contemporánea de Catalunya.

La familia Batlló, aprovechándose de las ventajas fiscales del suelo agrario del plano barcelonés instaló entorno a esta carretera, en 1980, el que rápidamente se convirtió en uno de los principales motores de la industria textil del siglo XIX y XX. La fábrica, que albergaba entonces a entre 10.000 y 20.000 trabajadores atrajo vecinos a la zona, cuyas vidas pasaron a girar alrededor de los ritmos de la fábrica. Supone uno de los principales ejemplos de los cambios radicales experimentados por una población de la entonces periferia adaptada al calendario campestre que se urbaniza en unos años. Como otros entornos fabriles, sirve de enclave de agregación para la población de los alrededores y de punto de encuentro, por tanto, de la diversidad de la ciudad.

En los años 40, el aparato franquista pasa a ser el amo y señor de la zona, como en todos lados, pero con una particular historia aquí. Julio Muñoz Ramonet compra el complejo de Can Batlló. Dueño del imperio Muñoz, un conglomerado industrial y financiero auspiciado por el propio Régimen a través de las influencias militares cosechadas tras su labor de “espía” franquista en la Barcelona republicana. Su influencia política y su protección le convirtieron en el principal responsable de prácticamente toda la estructura de desigualdades de La Bordeta, además de una de las personas más influyentes y acaudaladas de la ciudad.

BARRIO PROTAGONISTA DE LA LUCHA ANTIFRANQUISTA

La diversidad de trabajadores llegados desde diversos puntos de la geografía catalana y peninsular fundan, durante los años de la Transición, Comisiones Obreras de Barcelona en la Parroquia de Sant Medir, frente a la misma puerta de la fábrica. Como en otros barrios trabajadores, las iglesias se llenaron durante los años 60 de grupos cristianos activistas de la emancipación comunitaria. Lucha obrera, vecinal y antifranquista se dieron la mano para hacer frente a todo un sistema de injusticias que concentraba alrededor de este gigantesco complejo industrial uno de sus principales exponentes.

El ocaso del negocio textil seccionó Can Batlló en talleres y almacenes a renta. Pronto la familia Muñoz vio la oportunidad de convertir aquello en un gran negocio inmobiliario. La movilización vecinal de los años 70 lo impidió y consiguió que el Plan Metropolitano de la ciudad destinara la mayor parte de su superficie a zonas verdes y equipamientos, precisamente de lo que La Bordeta siempre ha adolecido. Sin embargo, tras numerosos conflictos y planes urbanísticos, a cada cual más enrevesado, más de treinta años después, en 2011, tuvieron que ser los propios vecinos quienes ocuparan el espacio fabril y acordaran gestionar varias naves y terrenos directamente, sin intermediarios, para uso comunitario. Hoy en día representa uno de los principales iconos de la Barcelona más allá del escaparate, aquella que es popular y donde son sus vecinos quienes organizan y deciden.

Sin embargo, tras la crisis inmobiliaria y en medio de la burbuja de los alquileres y la expansión de la gentrificación urbana, La Bordeta comienza a ser colonizada por residencias de alto valor, el efecto dominó de las expulsiones vecinales de Sants empieza a impedir que los jóvenes del barrio se puedan emancipar sin desplazarse unos kilómetros y el comercio de proximidad ya cuenta bajas… En la Barcelona que no ha perdido su gracia, ni su gente, se necesita la sensibilidad y la decisión política suficiente como para no olvidar los peligros que le acechan. El barrio que creció por su cuenta, más allá de Sants y que hizo frente a su subalternidad, convirtiéndose en protagonista popular, es hoy en día el bastión de lo que no podemos perder y de lo que la empatía y la identidad coral puede lograr. La Bordeta es la Barcelona que deberíamos cuidar.