Semanas atrás una cadena de televisión norteamericana contactó conmigo para hacerme una entrevista sobre la economía del fútbol europeo, las finanzas de las grandes ligas y de sus clubes. Era, lo que se dice, una entrevista en profundidad. Lo primero que pensé, tras hablar telefónicamente con su enviado especial a España, es que el tema del fútbol empieza a interesar en los Estados Unidos – no sé ahora si Trump lo vetará o no debido a la impronta europea en materia futbolística – y eso significa que la gran eclosión del deporte rey está germinando.

Si el fútbol arrasa en Europa, Asia y África, y cómo no en América Latina, hay todavía una gran asignatura pendiente: entrar en el gran y potente mercado norteamericano, que es donde en el futuro estará el gran mercado tanto desde la perspectiva de la explotación de los derechos televisivos, que fueron y son el maná de los clubes, como, con especial énfasis, en la vertiente comercial, esto es, en el dinero generado por el marketing, patrocinios, publicidad, merchandising…

Se entiende, pues, que los mejores clubes europeos, entre ellos FC Barcelona y Real Madrid, hagan sus giras de pretemporada a lo largo y ancho del vasto mapamundi, pero prácticamente es visita obligada aterrizar por los Estados Unidos y jugar tres o cuatro partidos en los que igual la asistencia media al estadio es de 90.000 personas – cosa que por aquí, ¡ni soñada! -, hacer visitas de impacto mediático a personajes relevantes y lugares emblemáticos, estrechar relaciones comerciales con las grandes firmas norteamericanas porque con ellas ya hay suscritos acuerdos comerciales y regalar camisetas de jugadores, debidamente firmadas, a los grandes prohombres de la sociedad estadounidense.

Si la pela era la pela, el euro es el euro, ¡el dólar, y más ahora, es y será el dólar! Así que no conviene hacerle ascos a esas magníficas oportunidades que sirven para intimar y establecer una cercanía crucial a la hora de negociar excelentes contratos para el club. Los ingleses hace años que siguen esa tradición, los italianos van en la misma dirección y los grandes españoles, desde luego, se saben subir a ese carro que brinda muy buenas oportunidades.

Bueno, estaba en lo de la entrevista con la cadena norteamericana de televisión. Sus profesionales consideraron que había que darle un toque entre muy económico y rematadamente financiero al asunto del fútbol europeo. Así que me propusieron llevar a cabo la grabación en la sede de la Bolsa de Barcelona. ¡Perfecto!, les dije. Un lugar más que representativo y además, pensé para mis adentros, en Estados Unidos verán que en Barcelona también hay Bolsa…, porque la imagen más extendida a nivel internacional es la de la Bolsa de Madrid. ¡Ay, Barcelona, Barcelona, qué te dejas ganar terreno y cada vez más vas perdiendo el paso! ¡Mucho fuelle nos falta!

Por momentos, imaginaba lo que sería que en Nueva York, en el mismo Wall Street, o en Chicago, con su bolsa que es el mercado de futuros más importante del mundo, o en Los Ángeles, con su meca cinematográfica, o en San Francisco, la ciudad de ensueño…, sabrían que Barcelona tiene Bolsa.

Me concretaron, después, cuándo sería la entrevista: un viernes a las 16 horas… ¡Ostras, cómo estará el tráfico y cómo llegar en esas horas punta que son los viernes a partir de las 13 horas a la Bolsa, sita en el barcelonés Paseo de Gracia! En fin, me armé de paciencia, me desplacé con la suficiente antelación y a la hora en punto, allí estaba.

Estuvimos bastante rato de grabación. De hecho, salimos con la Bolsa ya cerrada. Pasadas las 6 de la tarde, habíamos acabado. Así que, cosa rara en mí, no tenía nada apremiante en mi dichosa agenda y me concedí un pequeño placer: pasear por el Paseo – valga la obligada redundancia – de Gracia.

Cuando pensé en ese garbeo venían a mi mente muchos recuerdos de la infancia. Mis abuelos maternos vivían en la entonces Vía Layetana tocando a Diputación y con ellos había recorrido miles de veces, arriba y abajo, en tranvía y a pie, en autobús o con mis sucesivas bicicletas, el singular Paseo de Gracia, tal vez, para mí, la calle más representativa de la Barcelona que amo, adoro y que me tiene embelesado desde que allá, por mayo de 1953, llegué a este mundo terrenal en la esquina de la entonces Gran Vía con Lauria, que después se rebautizó como Roger de Lluria.

Ya sé que la Diagonal es mucha Diagonal y que la Rambla de Catalunya es única y que las Ramblas son la postal de Barcelona… ¡Sí, claro!, pero a mí que no me quiten mi Paseo de Gracia...

Ya sé que la Diagonal es mucha Diagonal y que la Rambla de Catalunya es única y que las Ramblas son la postal de Barcelona… ¡Sí, claro!, pero a mí que no me quiten mi Paseo de Gracia… Rememoraba sábados por la tarde y domingos por la mañana con mis abuelos, paseando y saludando, a golpe de sombrero al estilo de mi abuelo Manuel, a los más o menos conocidos, simplemente saludados y en ocasiones amigos, parándose a charlar con aquellos matrimonios que también presumían de nietos que íbamos luciendo la ropa nueva los festivos de guardar, merendando o aperitiveando en alguno de los locales de moda… Las señoras, como mi abuela, enseñando sus joyas y pieles con la plena seguridad de que no pasaba absolutamente nada. ¡Eran decididamente otros tiempos!

Preciso decir que en mi niñez y parte de mi adolescencia, los sábados por la mañana se trabajaba e incluso también por la tarde, hasta que se impuso la semana inglesa que marcaba la actividad laboral y escolar que acababa los sábados a mediodía, a las dos de la tarde… ¡Nadie reivindicaba aquello de las 35 o 40 horas semanales! ¡Todo quisque curraba a golpe de estrecheces económicas en un país que vivía muy en caliente todavía la dureza de la Guerra Civil española! Aún en mis años tiernos, los sábados por la tarde íbamos al colegio y la fiesta semanal la hacíamos, además del domingo, el jueves por la tarde, que terminó por consolidarse como la tarde festiva de las por aquellas calendas llamadas chachas y que hoy identificamos con las asistentes domésticas…

Bueno, como usted se puede imaginar, un torbellino de recuerdos se agitaba en mi mente al salir del edificio de la Bolsa de Barcelona. Caminé hacia abajo…, anduve hacia arriba, más y más… No podía dar crédito a lo que veían mis ojos. El Paseo de Gracia está perdiendo caché… ¡Hombre, no exageres, que es un lugar fenomenal, con tiendas de lo más aristocrático, con hoteles de lujo y con pedigrí, con imponentes limusinas cargando a ricachones venidos de Oriente con toda una corte femenina y bastantes chavales…! ¡Sí, lo sé! ¡Y eso es fenomenal para el turismo de calidad que necesita Barcelona! ¡Por supuesto que sí! Pero hemos entrado en la uniformidad y estandarización de las ciudades.

Las marcas son siempre las mismas en cualquier ciudad española, y europea, las franquicias, las tiendas de moda, las cafeterías, los restaurantes, los locales de fast food y de coffee break, los rincones donde se vende el prêt-à-porter¿Dónde están la mesura de antaño, los sastres de toda la vida, las tiendas en las que se daba ese trato tan íntimo, esas relaciones heredadas de generación en generación de cuando los abuelos de mis abuelos ya conocían a los abuelos de los abuelos que entre los años 50 y 60 del siglo pasado regentaban los negocios familiares de toda la vida?

Las ciudades poco a poco van perdiendo sus toques genuinos, sus comercios singulares, sus atmósferas peculiares, su idiosincrasia

Barcelona, mi querida Barcelona, se rinde también a la evidencia, al comercio único, al todo igual... Las ciudades poco a poco van perdiendo sus toques genuinos, sus comercios singulares, sus atmósferas peculiares, su idiosincrasia… Estamos entrando o, mejor dicho, hemos entrado ya en un modelo de enseña comercial que iguala a toda ciudad que se precie con un mínimo de talla… No hay calles diferentes ni avenidas distintas ni centros comerciales de marchamo propio e intransferible. ¡Todo es igual!

Viajo a Sevilla, a Valencia, a Madrid, a Oviedo, a A Coruña, a Bilbao…, Lisboa, París – aquí sí que hay alguna excepción -, Londres – también alguna discrepancia comercial -, y siempre las mismas tiendas, las mismas marcas, locales idénticos, y mucho de su personal con una impronta robótica…, según los esquemas del manual del comportamiento. Intento descubrir aquel comercio histórico del que un día me hablaron en esa ciudad o en la otra y, en su lugar, me encuentro con un establecimiento de comida rápida, con una tienda de ropa de moda exactamente igual que en cualquier otro sitio y con unas caras, gesticulaciones y trato con la clientela por parte de los vendedores que, sean de acá o de allá, incluso de acullá, que parecen salidos todos del mismo molde…

Será la globalización o la imposición de un modelo único que no sabe de perfiles genuinos, de matices distintivos, de eso que es y forja el ADN de cada población y de sus rasgos que le confieren toques de una acusada personalidad. El mundo es todo igual, se replica de urbe en urbe, a guisa de efecto simio, y el comportamiento de las masas es gregario: estén en la ciudad que estén compran exactamente en las mismas tiendas y adquieren las mismas marcas que en su pueblo.

El mundo es todo igual, se replica de urbe en urbe, a guisa de efecto simio, y el comportamiento de las masas es gregario

Mi romanticismo por el Paseo de Gracia recibió un torpedo en su línea de flotación. Seguí andando, con cara de sorpresa, como si fuera un recién llegado a quien transportaran desde unas décadas atrás, procedente del siglo pasado… E intenté asimilar que las cosas han cambiado y que el progreso ha venido para imponerse y para quedarse… Mi memoria se reforzaba y el valor de los recuerdos experimentó un alza digna de las mejores subidas bursátiles. ¡Es la nueva sociedad, muchacho, es la nueva economía, estúpido!, clamaba para mis adentros…

En el fondo, sinceramente, iba pensando aquello de que cualquier tiempo pretérito fue mejor hasta que por fin llegué a Santa Eulalia. La histórica tienda de ropa me devolvió al clímax del Paseo de Gracia que durante largos minutos di por desaparecido. A partir de ese punto del Paseo, aún se pisan ciertas huellas de aquellos años de infancia y adolescencia de este sesentañero. Desde ese día, enfilo siempre Paseo de Gracia de arriba, Diagonal, hacia abajo y me salgo de él justo en el punto que defino como el de la vulgarización de mi Paseo de Gracia.