Las rupturas, sentimentales y políticas, suelen ser traumáticas cuando el matrimonio presumía de estar bien blindado contra las contingencias externas. Las separaciones destapan el talante más beligerante de las personas agraviadas y acaban siendo un quebradero de cabeza para quienes se sentían infalibles. En Barcelona, sonado fue el divorcio entre Colau y Collboni, es decir entre los comunes y el PSC, y la alcaldesa paga ahora las consecuencias de un error estratégico que puede costarle muy caro.

Colau y Collboni se resguardaron contra los efectos del 'procés' y el 'procés' reventó la alianza de conveniencia entre BComú y el PSC. La ruptura tuvo unos efectos muy nocivos para la gobernabilidad de una ciudad que perdió la batalla de la EMA y sigue sin resolver el eterno problema de la vivienda. En los últimos meses, los comunes han fracasado con la unión del tranvía, la funeraria pública y la multiconsulta. A falta de gestión en asuntos claves, como el de los narcopisos de Ciutat Vella, Colau opta por la gesticulación.

En la plaza de Sant Jaume ya se preparan para la batalla de las municipales. A un año vista, el desenlace es incierto y el escenario, posiblemente, será muy distinto al actual. Mucho se habla ya de pactos y hasta de un posible tripartito (comunes, ERC y PSC) que cuesta visualizar por el desencuentro entre Colau y Collboni, quien este miércoles torpedeó en la línea de flotación de la alcaldesa al denunciar que el actual gobierno ha recortado 107,5 millones de euros en inversiones.

El líder socialista ha cifrado la deuda municipal en 147 millones de euros, asegurando que los ingresos han caído el 13,14% y los gastos han subido el 10%. Tras muchos años gobernando Barcelona, el PSC tiene muchos 'topos' en el Ayuntamiento y es un enemigo peligroso para quien un día le hizo una propuesta seductora y meses después despotricó contra sus encantos.

Colau fue víctima de su ambigüedad en el encaje de Catalunya en España y las presiones de sus 'magnifícos' (Pisarello, Asens, Badia y Gala Pin) para que rompiera con el PSC han tenido un efecto bumerán al deseado. Sin un socio que comprenda la realidad económica y cultural de la ciudad, los comunes gobiernan Barcelona como corre un pollo sin cabeza. Sólo desde la obsesión dogmática y la inexperiencia puede entenderse una riña tan perjudicial para Colau y, sobre todo, para los barceloneses.