Ada Colau se enfrenta a la acusación de la Fiscalía Anticorrupción por graves delitos de corrupción. Habría favorecido, presuntamente, a entidades y cooperativas con las que ella y buena parte de su equipo político estuvieron directamente vinculados antes de acceder al Ayuntamiento. Tratos de favor y prebendas de todo tipo que habrán servido para su recolocación laboral cuando los barceloneses los echen del gobierno municipal.

Ada Colau y los suyos accedieron por primera vez al gobierno municipal habiéndose aprovechado sin escrúpulos de los relatos fabricados por las cloacas del Estado contra un honorable servidor público: el alcalde Xavier Trias. Durante los meses previos a las elecciones de 2015 no tuvieron ningún problema en lanzar contra él todo tipo de falsas acusaciones. Ni le otorgaron la obligada presunción de inocencia, y ni siquiera han pedido perdón por haberse comportado como auténticos miserables. Ada Colau accedió a la alcaldía por segunda vez aceptando los votos de la derecha xenófoba de Manuel Valls, de quien dijo en campaña electoral que jamás aceptaría operaciones extrañas para mantenerse en el poder.

El populismo que caracteriza a Ada Colau y a los suyos está provocando un efecto boomerang que podría acabar con su carrera política si los tribunales, tras su declaración el 4 de marzo, pueden confirmar las acusaciones de prevaricación y del resto de delitos que se le atribuyen. Los que debían cambiarlo todo; quienes prometían la nueva política y el fin del régimen del 78 se han convertido en una triste caricatura. No sólo actúan como la peor de las viejas políticas sino que además incumplen su código ético con disculpas de mal pagador. Se dotaron de un código ético no para cumplirlo, sino para arrojarlo contra sus adversarios, intentando proyectar sobre todos ellos la sombra de la duda en relación a su honorabilidad.

En este desgraciado episodio, Ada Colau y los comunes actúan como lo llevan haciendo desde su entrada en el Ayuntamiento, después de especializarse en escarnios y acosos a sus oponentes. Nada es lo que parece; ni nada acaba teniendo solución, si depende de Ada Colau y los suyos. Prometieron honestidad, y se comportan como un lobi sectario que sólo trabaja para favorecer los intereses de sus terminales, como se ha visto con las subvenciones millonarias concedidas a entidades ideológicamente afines. Prometieron el fin de los desahucios, siendo las cifras actuales superiores a las de 2015. Prometieron acabar con los sintecho y con las desigualdades, y el número de personas vulnerables no deja de crecer. Ada Colau y Barcelona en Comu, con la muleta de Jaume Collboni y el PSC, son un fraude; un auténtico fiasco que comienzan a probar su propia medicina, pero que se niegan a cumplir sus propias reglas de conducta ética.

No somos nosotros quienes debemos pedir la dimisión de Ada Colau, que no se producirá, más allá de la presunción de inocencia, que ella no reconoció a Xavier Trias. Debería ser ella misma la que pusiera el cargo a disposición de su partido. Es su partido que debería destituirla por haber violado el código de conducta ética que ellos mismos aprobaron. La demagogia, la hipocresía, el cinismo y la mentira se han apoderado de la alcaldía de Barcelona, para vergüenza de los barceloneses.