Elisabeth Eidenbenz fue una maestra y enfermera suiza que ayudó a salvar no pocas vidas. Entre ellas, las de los hijos de exiliadas (de las de verdad, no como Anna Gabriel) tras la guerra incivil. Se merece una calle e incluso una avenida. De ahí que en 2017, y por unanimidad, el Ayuntamiento de Barcelona decidiera rebautizar la calle de la Maternitat con su nombre. La denominación antigua se debía a que traza el límite del edificio denominado precisamente Maternitat porque estaba destinado a acoger a las parturientas en el momento de dar a luz. Que la Maternitat forma parte de la historia de Barcelona, parece fuera de duda. Y, en este caso, la memoria habla bien de la institución, no como en otros: el negrero Antonio López o el obispo Manuel Irurita, cuya muerte está tan llena de sospechas que El Vaticano frenó el proceso de beatificación, reimpulsado recientemente por los sectores más ultras del catolicismo catalán. Sólo como curiosidad: la calle que hoy lleva el nombre de este obispo se llamó un día de Federico García Lorca. ¡Mira que hay nombres menos eliminables que “Maternitat”!

En cualquier caso, los dueños de la Barcelona del presente son los barceloneses de hoy y tienen derecho a reconocerse como quieran, pasando por alto la historia, ya sea la del siglo XX o la más antigua del XIX, cuando proliferaron los carlistas que hoy parecen anclados en la zona más reaccionaria de hace, dicen, unos mil años. Ya saben, la edad de Cataluña. Antes este territorio igual era Suiza, por eso algunos empresarios tenían querencia por sus bancos. Entre ellos, el padre de Artur Mas. Por cierto ¿habrá abierto Anna Gabriel una cuenta en un banco suizo y descaradamente capitalista?

Consideraciones historicistas al margen, el consistorio tiene perfecto derecho a renombrar las calles de la ciudad. Otra cosa es que el criterio que siga resulte consistente y prefiera eliminar memoria local a discutir con los curas. También podría ser que el ideólogo principal de este asunto sea Jaume Asens, cuya consistencia se agota en afirmar que todo lo que ocurra más allá del Ebro es perverso y que en Cataluña hasta Laura Borràs es poco sospechosa. Que ya son ganas de no sospechar. Y eso que ha estudiado y seguramente sabe que la izquierda (llamar a Asens de izquierdas sólo puede hacerse desde la ironía) es hija de los pensadores de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud. A Asens no le parece sospechoso ni siquiera el tal Dalmases, protegido de la presidenta del Parlament, de cuyos méritos y deméritos han podido no pocos enterarse gracias a un maestro como Jordi Llovet. Tampoco Ada Colau se ha sentido impelida a defender la libertad de expresión ni a condenar las agresiones verbales y físicas de Dalmases a una periodista. Y eso que era mujer, es decir, que se lo ponían a huevo.

Aprovechando que la calle que no se ha cambiado de nombre llevaba, antes que el del obispo sospechoso, el de un españolazo descarado como Federico García Lorca, conviene recordar las reflexiones de otro español condenable como Antonio Machado, por cuyas venas corría sangre jacobina. Recuérdese que un indocumentado, eso sí, licenciado en Historia, pretendía eliminar su nombre del callejero de Sabadell sin que nadie de ERC se haya echado las manos a la cabeza (aclaración: se da por sentado que todos los de ese partido tienen una y son capaces de usarla).

Machado atribuyó a su heterónimo, Juan de Mairena, la siguiente frase: “Cuando penséis en España, no olvidéis ni su historia ni su tradición; pero no creáis que la esencia española os la puede revelar el pasado. Esto es lo que suelen ignorar los historiadores. Un pueblo es siempre una empresa de futuro, un arco tendido hacia el mañana”.

Lo que Mairena dice de España puede decirse de cualquier territorio que presuma de unos mínimos identitarios: España, Cataluña, Barcelona. En realidad, es el discurso de un hombre progresista que mira hacia el futuro con ansias de mejora para el conjunto de la ciudadanía. Pero, por si alguien tiene dudas: ahí queda la siguiente frase del mismo discurso: “El hombre lleva la historia -cuando la lleva- dentro de sí: ella se le revela como deseo y esperanza, como temor a veces, más siempre complicada con el futuro. Un pueblo es una muchedumbre de hombres que temen, desean y esperan aproximadamente las mismas cosas”.