Espiar a políticos no está bien. Es propio de países poco respetuosos con la democracia, o de democracias más formales que reales. Pero las democracias también espían y tienen derecho a defenderse. Puede resultar todo muy complejo y contradictorio, pero hay que llevar al conjunto de la sociedad a altos niveles de madurez. Y las cosas funcionan así, en España, en Francia, en Estados Unidos y en cualquier otra democracia liberal. Las democracias deben espiar con autorización judicial y siguiendo los procedimientos, aunque puede haber excesos.

El hecho es que ahora el independentismo ha encontrado un maravilloso filón para contraponer lo que lleva haciendo desde hace años: la no democracia en España, frente a un movimiento independentista pacífico y 'democrático', que nunca hizo otra cosa que plantear, con toda la ingenuidad, pero también con toda la fuerza, que se aceptara un referéndum de autodeterminación.

Ese planteamiento lo ha vuelto a poner sobre la mesa el líder de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona, Ernest Maragall, que considera que el “Estado español” tiene graves fallos democráticos tras conocer que él mismo fue espiado mientras se establecían las negociaciones para elegir al alcalde o alcaldesa de Barcelona.

Al margen de esas escuchas, del trabajo del CNI, con autorización judicial, la alcaldesa Ada Colau fue reelegida, en perjuicio de Maragall –que ganó las elecciones por unos miles de votos más que los comunes– porque en la noche electoral los socialistas no dieron su brazo a torcer, y, en contacto con los propios dirigentes de los comunes y de la formación de Manuel Valls, buscaron una alternativa.

Maragall ganó las elecciones, pero no fue alcalde por culpa de sus propios excesos y de su falta de habilidad para negociar con los comunes. Que no busque otra cosa. Pudo ser alcalde. El lunes por la mañana, en una entrevista en Rac1, tras la noche electoral, señalaba que ya se veía alcalde y que quería compartirlo con su hermano Pasqual Maragall. Pero no fue posible, porque en esas mismas horas Colau comenzaba a valorar ya muy seriamente que podía seguir siendo alcaldesa con los votos del PSC y de Manuel Valls. Fue Colau quien aceptó esa posibilidad. No el CNI.

Maragall ha recuperado el discurso que más le ha gustado al independentismo: presentarse como víctima, como un movimiento democrático que no hizo nada ni vulneró ninguna ley. Como un gran intento de la sociedad catalana –de “Catalunya”– para ejercer un derecho de autodeterminación que se ha inventado, directamente, para justificar todo lo que se hizo. Democracia contra anti demócratas. El problema es situar bien a cada uno en esa división.

En la noche electoral, Maragall habló de la necesidad de que Barcelona ejerciera su “rol” para la “emancipación de Cataluña” y para ejercer el “derecho de autodeterminación”. Celebró que Barcelona pudiera ser, con un alcalde de ERC, la garantía de la “libertad”, en una clara alusión al proceso independentista. Para Manuel Valls estaba claro que, si podía, facilitaría la alcaldía a otro candidato. ¿Barcelona para los independentistas, para que ejerciera la ciudad como propaganda del movimiento?

Desde 2015, el independentismo fue quemando etapas, arrinconando a la parte de catalanes que no querían jugar en ese partido peligroso, ilegal y antidemocrático. El proceso culminó con las leyes de la desconexión, del 6 y 7 de septiembre de 2017, con el referéndum de autodeterminación y con la declaración de independencia. Pero los contrarios a la democracia fueron los partidos no independentistas y los que defendían la legalidad, a juicio de Maragall. Eso es disonancia cognitiva. U otra cosa que exigiría otro calificativo.

Una triste conclusión que Maragall recoge de nuevo, ahora con la excusa de esas escuchas del CNI. Quien decidió fue Colau. Le interesó más seguir siendo alcaldesa, gracias a la propuesta del PSC y de Valls. Eso se llama juego democrático, el mismo que aplicó ERC con Junts per Catalunya para dejar a la oposición al socialista Salvador Illa en el Parlament, que ganó las elecciones autonómicas en 2021, igual que Maragall ganó las municipales en 2019.

¿A qué jugamos entonces?