Van pasando los días y ya nadie se pregunta qué fue de esos 40.000 euros recaudados entre la buena gente catalana por los de la acampada en la plaza Universitat. Todo parece indicar que arramblaron con ellos los emprendedores muchachos de Arran, quienes, como todo el mundo sabe, son la única pandilla de delincuentes juveniles a los que se permite, gracias a su acendrado patriotismo, hacer lo que les sale de las narices: si un día rompen a martillazos la cristalera de Crónica Global y no pasa nada -aunque lo más probable es que dejasen los martillos en la sede de la CUP, que está a veinte metros de distancia-,¿por qué se va a interesar nuestra policía por el destino de los miles de euros que les soplaron a los pringados de la acampada?

Los chavalotes de Arran son una versión doméstica y pequeñoburguesa de Andreas Baader, un tarugo y delincuente común que encontró en la revolución una manera de montarse una bonita carrera criminal (su socia, Ulrike Meinhoff, solo era una pija malcriada capaz de dejar tirados a sus propios hijos para preocuparse, o eso decía, por los niños del tercer mundo). Como delincuentes juveniles son equiparables -excepto en el idioma- con los Ñetas o los Latin Kings, pero éstos son más sinceros porque no fingen ningún compromiso social: aún se están riendo de cuando la Gene intentó convertirles en asociaciones culturales. Su hábitat natural sería el reformatorio, por lo menos hasta que cumpliesen los dieciocho y pudieran integrarse en la población penitenciaria española.

Malcriados por sus padres y sus profesores, es posible que la primera autoridad que les haya plantado cara haya sido la policía, aunque no puede decirse que se estén matando para ponerlos en su sitio. Torra, sin duda alguna, los considera el futuro de la patria, pues lo mismo opina de los cazurros del Tsunami y de los CDR (de hecho, ejerce más de líder de los CDR que de presidente de la Generalitat). La población no independentista, por otro lado, los ve como lo que son: unos mastuerzos juveniles protegidos por otros mastuerzos de mayor edad que han encontrado en la patria -último recurso de los canallas, pero también de los idiotas, sean de la CUP o de Vox- la excusa perfecta para hacer el cafre sin tasa.

En cualquier caso, el robo de los 40.000 pavos de la acampada patriótica marca una subida de nivel en su actividad delictiva. Dicen que la pasta es para la causa, pero a nadie le sorprendería que despistasen una parte para birras y canutos, ya que, al fin y al cabo, son jóvenes cargados de testosterona y ganas de pasarlo bien. Lástima que su idea de la diversión no coincida con la de casi nadie, pero si nuestras autoridades no piensan hacer nada para evitar que se conviertan en atracadores de bancos o narcotraficantes, ¿para qué me voy a preocupar yo por ellos?